Para muchas mujeres el embarazo es una de las etapas más enriquecedoras de su ciclo vital. La gestación suele ser un período placentero en el que es posible lograr una mayor maduración y crecimiento de sí misma. Sin embargo, para otras mujeres el embarazo puede ser una experiencia dolorosa y atemorizante por múltiples causas y/o situaciones desencadenantes que pueden ser tanto de origen orgánico, fisiológico, psicológico, social como cultural, y la manera como dicho malestar se exprese también variará dependiendo de la historia personal y los antecedentes obstétricos de cada mujer.

En este post describiré  algunos de los factores que la autora Raphael-Leff desarrolla:[1]

  • Embarazos conflictivos: dentro de la literatura, se consideran embarazos conflictivos a dos tipos específicos de embarazos, los embarazos prematuros, es decir cuando la mujer es demasiado joven como para haber deseado tener un bebé y asumir lo que ello implica. Y los embarazos no planificados, puesto que requieren nuevos e inesperados ajustes en los futuros pa/madres, comenzando por plantearse el deseo de continuar o no con el embarazo, lo cual implica por parte de la mujer un ejercicio reflexivo de si quiere, en ese momento, ser madre. Los embarazos no planificados pueden incluir dilemas morales y emocionales, sacrificios y ajustes económicos, interferencia con la carrera o los planes laborales, e inevitablemente requerirá cambios en el estilo de vida. Esto puede generar crisis en una relación frágil, separar a una pareja o, por el contrario, unirla aún más.
  • Embarazos difíciles de conseguir: en la literatura especializada se les llama “sobrevalorados” y hace referencia a las gestaciones de aquellas mujeres que han pasado por un proceso largo y con grandes esfuerzos para concebir: quienes han sufrido abortos recurrentes, embarazos ectópicos y/o muerte perinatal. Estos embarazos llevan una intensificación emocional muy elevada durante todo el proceso en el que la mujer siente que su habilidad para producir un bebé vivo y saludable se está poniendo a prueba por momentos. Muchas de estas mujeres sienten una grandísima necesidad de monitorear constantemente el embarazo como si la existencia del bebé dependiera de su vigilancia, cosa que debería trabajarse puesto que podría tener consecuencias en la relación con el bebé, una vez nacido.
  • Reproducción asistida: inseminaciones artificiales y fertilizaciones in Vitro. También podrían considerarse embarazos difíciles de conseguir, porque, en el caso de tratarse de una pareja heterosexual, muy probablemente ha conllevado un largo recorrido desde los intentos naturales por concebir, hasta el diagnóstico de la dificultad correspondiente y la decisión de comenzar el tratamiento. Suelen incluir tiempos de espera largos (tanto en parejas heterosexuales como en lesbianas) si se apuesta primero por los tratamientos que ofrece la sanidad pública, que pueden generar más expectativas. Además de esto, hay condiciones especiales en estos embarazos, primero porque llevan de manera inherente una grandísima carga emocional, aunado a un tratamiento hormonal invasivo al que las mujeres no permanecen inmunes emocionalmente, a la presión, al alto coste económico del mismo y a las expectativas familiares y/o sociales.
  • Víctimas de incesto y/o violación: los embarazos incestuosos son psicológicamente complejos en muchos niveles. Aparte de las preocupaciones por la normalidad del bebé y el futuro de la familia, es posible que la futura madre padezca una mezcla de sentimientos sobre el padre de la criatura y sobre el bebé, muchos de los cuales dependen del grado de implicación afectiva dentro de la relación. Por otro lado, las mujeres que han quedado embarazadas como consecuencia de una violación, y han decidido continuar con el embarazo, han de hacer un profundo trabajo de elaboración de lo sucedido que les permita diferenciar a la criatura del evento traumático y violento en el cual fue concebida; este trabajo es indispensable para lograr un vínculo sano con el bebé y poder atenuar la profunda ambivalencia que podría tener la madre respecto al mismo.
  • Víctimas de algún tipo de abuso sexual en la infancia: las mujeres que  recuerdan dicho abuso pueden temer y vivir con cierta ansiedad el cómo van a ser tratadas y “manipuladas” durante las exploraciones ginecológicas y el parto. Por otro lado, existen muchas mujeres que recuerdan el evento traumático en algún momento del embarazo posiblemente a partir de la percepción de los movimientos fetales. Dicho hallazgo suele ser abrumador, y requiere de un acompañamiento psicológico que les permita elaborar la vivencia, a ser posible antes del parto. Al mismo tiempo estas mujeres precisan de una delicadeza aún mayor por parte de los profesionales sanitarios, y de mucha intimidad y consentimiento previo a absolutamente todo, tanto en las visitas prenatales como en el momento del parto, de no ser así corren el riesgo de vivir el parto como una experiencia retraumatizante. Ahora bien, la mayoría de las veces las mujeres no cuentan a sus médicxs y/o comadronas que han tenido esta experiencia en la infancia, con lo cual la recomendación más adecuada es que se trate de esta manera a todas las mujeres que asisten a los controles prenatales y durante el parto que es, además, como se tendría que hacer, ¿no?
  • Violencia de Género. Las mujeres embarazadas que se encuentran dentro de una relación de pareja donde hay malos tratos son especialmente vulnerables y deberían tener una atención especial. Durante el embarazo los episodios de violencia suelen incrementarse, siendo el vientre (y el bebé que se encuentra dentro) una zona a atacar; esto puede generar partos prematuros, desprendimientos de placenta, muerte perinatal y muerte de la madre, esto sin mencionar además el coste emocional y psicológico que acarrea gestar en estas condiciones.
  • Madres que no cuentan con apoyos. Se trata de mujeres que se encuentran en cualquier situación de exclusión social, o riesgo, mujeres solas o aisladas o en situaciones de conflicto social extremo. Las extranjeras que no cuentan con una red social de apoyo o que poseen un estatus migratorio no regularizado también entran dentro de este riesgo.
  • Desorden Alimenticio. La mayoría de las mujeres embarazadas tienen cierta preocupación por los alimentos durante el embarazo, ésta puede expresarse a través de la inquietud por darle los nutrientes adecuados al bebé, el “comer por dos”, o por tratar de aliviar los síntomas de las nauseas o de la acidez. Las revisiones del embarazo también pueden generar una preocupación especial sobre esta cuestión al llevar de manera protocolaria un control de peso de la madre y de sus hábitos alimenticios. Con todo esto, las mujeres que han sufrido algún tipo de desorden de la alimentación son especialmente vulnerables. Hablamos de mujeres que hayan sufrido episodios de atracones, inducción del vómito, bulimia y anorexia nerviosa. El embarazo puede exacerbar o reactivar su obsesión con el control del peso, la silueta y/o los alimentos.
  • Algún tipo de trastorno o sufrimiento psiquiátrico. Las mujeres con historial previo de depresión, fobias, inhibiciones sociales, ansiedad, enfermedades psicosomáticas, entre otras, anteriores o durante el embarazo, deben contar con un acompañamiento psicológico y psiquiátrico especializado durante toda la fase del embarazo y buena parte del período postparto, sobre todo porque dependiendo de cuál haya sido el trastorno sufrido y de sus antecedentes familiares, tendrán mayores probabilidades de padecer psicosis puerperal o depresión postparto.
  • Mujeres con alguna discapacidad física. Un embarazo en un cuerpo discapacitado es una vivencia muy extrema, sobretodo cuando la discapacidad supone dolor crónico o afecta las posturas o el funcionamiento físico. Estas mujeres a menudo lidian con una presión psicosocial adicional en la medida en que se adaptan a las demandas normales de la gestación, en un momento en que la vulnerabilidad está exacerbada por la sensibilidad emocional del embarazo. A menudo suelen ser cuestionadas y/o juzgadas por médicos o familiares sobre su decisión de querer ser madres, encontrándose con advertencias extremas (y a veces más llenas de prejuicios que de evidencia) sobre los efectos de la gestación sobre su condición y, consecuentemente, imponiéndoles limitaciones a su capacidad de dar a luz y de maternar. Todo lo contrario, paradójicamente, a lo que realmente necesitan.

Todas estas situaciones o factores requerirían de una mirada y un acompañamiento específico, tanto a nivel ginecobstétrico, como a nivel psicológico y psicosocial, para poder así mitigar el riesgo y brindar las condiciones que fortalezcan y empoderen lo máximo posible a la mujer tanto en su capacidad de gestar, como en su capacidad de parir y maternar. Sin embargo, muchos de dichos factores no son ni tan siquiera explorados durante el control del embarazo, y otros no reciben la atención y el cuidado psicológico necesario. Parece ser que, tal como afirma Michel Odent, muchos profesionales sanitarios aún no tienen en cuenta la importancia que tiene la estabilidad psicológica y emocional para llevar a cabo una gestación saludable. Si eres una mujer y algo de lo que he descrito resuena con tu historia de vida, háblalo directamente con tu comadrona o ginecólogx, y exprésale que te gustaría recibir apoyo y atención al respecto.


[1] Raphael-Leff, J. (1991). Psychological Processes of Childbearing. London: Chapman and Hall.

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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