Después de un nutritivo intercambio mantenido entre algunas madres a consecuencia del post Las mamás que nos quedamos en casa, me parece justo dedicarle algunas líneas a la realidad emocional de las madres que deciden incorporarse al trabajo dejando a sus hij@s pequeñ@s al cuidado de alguien más.

Es importante aclarar que mi intención no es, de ninguna manera, juzgar o poner medallas a ningún “tipo” de madre. Estoy absolutamente convencida de que todas las madres hacemos lo mejor que podemos por nuestr@s hij@s, y de que nadie desde fuera tiene derecho a juzgar las decisiones que en este sentido, hemos tomado (y cuando digo nadie incluyo en esa lista, especialmente, a familiares y amigos cercanos). Toda madre debería tener el derecho de no sentirse cuestionada por las decisiones que toma en la crianza de sus hij@s. Si una madre ha decidido volver a trabajar porque así lo ha deseado, ¡bienvenida sea!

Sin embargo, muchas madres que conozco que decidieron volver a su trabajo se sienten divididas casi todo el tiempo; una parte de ellas siente que debería estar con su criatura cuando está en el trabajo, y otra parte tiene el deseo de seguir nutriendo su vida laboral. Cabalgan los días en un desdoblamiento constante: estoy aquí cuando en realidad deseo/ debería / quisiera estar allá (y viceversa). De alguna manera, cuando están en el trabajo hay “algo más” que les preocupa u ocupa su mente en algún momento: la pregunta de “¿cómo estará mi hij@?”. Independientemente de que sepan que está bien cuidad@, es una inquietud que da vueltas en sus cabezas puesto que las madres sabemos que parte del peso de nuestra responsabilidad como madres es que nadie puede sustituirnos del todo.

Las madres trabajadoras no sienten una pérdida de identidad personal como las que se quedan en casa ya que mantienen algunos referentes externos que las siguen valorado e identificando como seres individuales, con unas capacidades y potencialidades específicas (cuando están el trabajo siguen teniendo el mismo nombre y apellido, una carrera, una trayectoria, etc., no son simplemente “la mamá de”). Pero quizás la balanza se va al otro extremo: en el lugar de trabajo se espera que las mujeres, al reincorporarse de sus permisos de maternidad, sigan funcionando como lo hacían antes de irse, es decir, como si no fueran madres. Lo cual es una realidad insostenible principalmente, porque no es real, estas mujeres ahora son madres y esto cambia sus vidas radicalmente.

De hecho, es probable que las madres trabajadoras ni siquiera compartan el tiempo de ocio con sus compañer@s, pues al acabar la jornada de trabajo vuelven corriendo a sus casas, a sus hij@s. Pero además, es probable que, si han elegido algún tipo de “entremedio” entre la vida familiar y la laboral, como una reducción de jornada que les permita estar más tiempo con sus hij@s, también se queden fuera de las posibilidades de asensos, nuevos proyectos, etc. Nadie pone en duda que, independientemente de todo lo que se ha luchado por alcanzar condiciones laborales equitativas y justas para la mujer, en lo que al tema de maternidad y conciliación se refiere, aún falta mucho por mejorar.

Pero estamos hablando de la situación emocional de la madre trabajadora. Dice Laura Gutman que el problema no es trabajar sino la distancia emocional que una madre pueda poner con su hijo: “El maternaje depende fundamentalmente de la capacidad de contacto emocional que una mujer está en condiciones de desplegar en el vínculo con el niño pequeño durante las horas que efectivamente esa mujer está en casa. Si la comunicación, el amparo, la sincronicidad de tiempos y de emociones se plasman con facilidad en la relación, ese niño puede esperar a su madre durante las horas de ausencia. Asimismo, esa madre conectada dejará a su hijo en manos de alguien que perciba el clima sutil que envuelve a la díada, y que sea capaz de respetar el ritmo y la cadencia que los envuelve”[1]. Las madres que trabajan pero que están conectadas emocionalmente con sus hij@s, compensan la ausencia de muchas otras maneras logrando que, para sus criaturas, el tiempo de espera no sea violento o desolador.

Con lo cual el tema no es trabajo o no trabajo, sino preguntarnos honestamente ¿estoy conectada con las necesidades emocionales de mi bebé? Si la respuesta es afirmativa, podemos hacer lo que queramos que nuestros bebés lo harán con nosotras. Si la respuesta es negativa o dudosa, tendríamos que indagar que está pasando con nosotras, de qué nos estamos protegiendo, qué heridas abiertas –y ocultas- no nos están permitiendo conectar con nuestr@ pequeñ@ y, a partir de dicha reflexión, hacer algo al respecto.

En todo caso lo que deberíamos plantearnos todas –las madres que trabajamos fuera y las que trabajamos en casa criando a nuestr@s hij@s- es dejar las culpas atrás, sea cual sea la decisión que hayamos tomado. Como madres es vital que podamos entender y asumir que nuestros deseos individuales también importan, y que si estamos a gusto y satisfechas con nosotras mismas y con lo que somos, manteniéndonos conectadas con la realidad emocional de nuestras criaturas, cualquier cosa que hagamos nos permitirá sostener una mejor relación con nuestr@s hij@s, más amorosa y más honesta.

[1] Laura Gutman (2006) Crianza. Violencias invisibles y adicciones. Buenos Aires: Ediciones del Nuevo Extremo. p.p. 47.

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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