Cuando empezó a aplicarse el concepto de carga mental al ámbito de lo doméstico, las mujeres, en general, suspiramos y experimentamos un cierto momento de alivio. ¡Por fin alguien reconocía y hacía visible, mediante un sintagma, eso que muchas de nosotras sentíamos y padecíamos! ¡Eso que nos era tan difícil de expresar, de nombrar, o de explicar! ¿Por qué ciertas cosas nos irritaban como lo hacían?, ¿por qué teníamos esa sensación de sobrecarga, incluso con agotamiento físico? La mayoría de las mujeres aún sufren bajo la intensa presión de que su cerebro explotará en cualquier momento por las interminables listas de tareas pendientes; pero, el poder nombrarlo y el saber lo que es, nos brinda la posibilidad, por ejemplo, de pedirle a nuestra pareja otra implicación y otros compromisos.

Para los que recién caen del guindo, la carga mental hace referencia a la cantidad de esfuerzos deliberados, no físicos, necesarios para culminar una tarea. Hablamos del nivel de recursos atencionales, y de planificación, necesarios para llevar a cabo ciertos cometidos. En realidad, se trata de un concepto que puede ser aplicado a cualquier situación, pero que, cuando se aplica el concepto de carga mental en el ámbito de lo doméstico, se entiende como una labor feminizada, haciendo referencia, por un lado, a la planificación, organización y toma de decisiones dentro del hogar, y, por otro, al cuidado emocional -por parte de la mujer- de las relaciones significativas para ambos miembros de la pareja (recordar fechas de cumpleaños, comprar regalos por fechas señaladas, estar pendiente de hacer ciertas llamadas o visitas, cuidar los vínculos, etc.).

En este sentido, la lista de tareas y preocupaciones, que suele ocupar la mente de muchas mujeres, respecto al funcionamiento del hogar es interminable. Suele ser, además, una actividad silenciada, por lo tanto, poco o nada reconocida.

¿Y qué sucede cuando una pareja decide hacer familia?

Desde el mismo momento del embarazo, las listas mentales de las mujeres se engrosan a niveles estratosféricos: desde programar las visitas con la matrona o la/el ginecóloga/o teniendo en cuenta los horarios de disponibilidad de la pareja, a la elección del hospital, el tipo de parto que desean tener, las clases de preparación al parto… Todas estas son cuestiones de las que, por lo general, se suele ocupar sólo la mujer, y de las que luego informa a la pareja. Alguien podría objetar: “bueno, pero es que el bebé está dentro de ella”; y sí, efectivamente así es, pero hay muchas maneras en las que esa carga, esa responsabilidad, podría compartirse.

Sigamos nombrando: el plan de parto, la preparación de la ropa para el bebé (preocupándose de la estación del año en la que nacerá la criatura), planificar y ejecutar la compra de aquello que el bebé necesita: cunas, cochecitos, silla para el coche, ¿Queremos portear? ¿Quién se preocupa por enterarse de cual es la manera más adecuada para el porteo? ¿Cómo se alimentará el bebé? ¿Necesitamos sacaleches, chupetes, biberones? ¿Quién se entera de las marcas, los modelos, las diferencias? ¿Quién prepara la bolsa del bebé para el hospital?  ¿Quién se encarga de cuadrar la logística del cuidado de los otros/as hijos/as, si los hay? ¿Quién lee? ¿Quién consulta? ¿Quién se informa?

Y una vez ha nacido el bebé, ¡se abre todo un mundo! El registro civil es de las pocas cosas que suele asumir el padre (principalmente porque se trata de una gestión que debe realizarse en el posparto inmediato). Aún así, muchas veces es la recién madre la que dirige a su pareja sobre cuales son los pasos que tiene dar para llevar a cabo dicha tarea. Los despertares por la noche para alimentar y cambiar al bebé suelen recaer sobre la madre (sobre todo si da el pecho); algunas veces, durante el tiempo que dura la baja paternal, los padres se despiertan para hacer los cambios de pañal o pasear un poco al bebé hasta que se duerma. Pero, más tarde, al incorporarse al trabajo, esta responsabilidad suele recaer sobre la madre, porque la pareja “tiene que descansar para poder responder a las exigencias laborales”.

Sigamos: hay que elegir un/a pediatra y pedir una primera visita (y todas las subsiguientes de seguimiento, que en los bebés no son pocas), estar al día con el calendario de vacunación y tenerlo presente, planificando cuando es el mejor momento para poner una vacuna, así como enterándose de cuál se está administrando en cada momento.

Es también la madre la que elige los productos con los que se asea y se cuida al bebé, desde la marca de los pañales hasta la crema hidratante. Son las madres las que están al tanto del cambio de ropa cuando cambian las estaciones y, a su vez, las que controlan qué ropa tienen los hijos/as y cuáles piezas se han de renovar.

También son ellas las que, por lo general, se enteran de cómo va la introducción de alimentos y las que suelen encargarse de la compra y preparación de estos, así como de controlar los horarios en los que al bebé le toca cada comida.

Las madres eligen los juguetes y el tipo de estimulación que tendrán dependiendo del estilo de crianza que asuman. Están pendientes de las celebraciones como aniversarios, de qué manera celebrarlos, se encargan de planificarlos y realizarlos, así como de la compra de otros regalos en fechas señaladas como las navidades.

Cuando empieza la etapa escolar, la carga sigue presente: la investigación de los centros educativos por su zona, agendar las jornadas de puertas abiertas, estar al tanto de las fechas para la formalización de la inscripción, enterarse de los materiales necesarios para el inicio del curso escolar, comprarlos y llevarlos, hacer el seguimiento de los temidos grupos de WhatsApp de madres (y padres), estar al tanto de las cosas que los/as niños/as tienen que llevar a la escuela para hacer actividades especiales y de los eventos importantes de la escuela, preparar la bolsa cada mañana, ayudar con los deberes, tener presente el regalo para la profesora a final de curso, planificar lo que el/la hijo/a necesita cuando va de colonias, comprar el regalo para e compañero/a que invitó al hijo/a a su fiesta de cumpleaños, etc.

Podría seguir haciendo listas por el estilo con otros elementos que tienen que ver con la vida familiar, como las actividades extraescolares, la presencia y participación de la familia extendida, la gestión de qué van a hacer los niños durante las vacaciones escolares, el tiempo y la calidad de la exposición a las pantallas -entre muchos otros-, pero no quiero hacerme pesada.

¿Y qué problema hay con esto? A las madres les gusta hacerse cargo de estas cuestiones… ¿sí?, ¿a todas?, ¿de todas estas cuestiones, de manera exclusiva?

La consecuencia evidente es la sobrecarga que sienten las madres en su día a día: pensar, organizar, planificar, recordar, comprobar, ordenar, comprar, investigar, delegar, encargarse y preocuparse. Todo ello, además de requerir de muchísima energía y capacidad mental, acaba siendo abrumador y este sentimiento se agudiza y agrava mucho más si se percibe que la pareja no está haciendo nada por equilibrar las cargas, aunque no sea de manera intencionada.

El “no saber” de la pareja contribuye a agudizar esta sensación puesto que la expectativa es que se les deleguen las tareas pensadas, o se les recuerde lo que tienen que hacer. Y es posible que muchas veces no perciban las señales de agobio o sobrecarga y, cuando la mujer tiene una explosión porque no puede más, le pille completamente desprevenido.

Con este escenario de sobrecarga cotidiano, lo más probable es que la relación de pareja no vaya bien. Las mujeres suelen sentirse frustradas y resentidas con su pareja ante el desentendimiento, la falta de colaboración, implicación, y/o de reconocimiento de la situación y de sus esfuerzos. Este sentimiento de frustración se acaba transformando en resentimiento y rabia que se descargan principalmente sobre el compañero; pero también muchas veces sobre los/as hijos/as. Esta descarga genera tristeza y culpa que, a su vez, aumenta el sentimiento de frustración y malestar. Y todo este círculo vicioso coloca a las madres en una posición muy límite, emocional y psicológicamente hablando.

Además, este escenario genera tirantez en el trato y en la comunicación, desvalorización de los esfuerzos del otro, y una sensación de insatisfacción constante respecto a la pareja y a la vida compartida. Así, se acaba produciendo un distanciamiento afectivo entre ambos que muchas veces cuesta de acortar y que dificulta el encuentro de momentos de disfrute y cuidado mutuo, afectando la comunicación, las muestras de afecto, la sexualidad, el deseo y la ilusión.

Ahora bien, no toda la responsabilidad sobre este asunto es de los varones. Cabe también preguntarse: ¿dejo lugar a mi pareja para que haga las cosas?, ¿necesito que haga las cosas a mi manera y a mis ritmos porque, si no, no estoy satisfecha con el resultado?, ¿necesito controlarlo todo?, ¿necesito ocupar todos los espacios? Es importante dialogar con una misma y ser honesta respecto a estas cuestiones, puesto que, si algunas de estas respuestas son afirmativas, es muy probable que acabes saboteando las iniciativas que pueda tener tu pareja y, entonces, valdría la pena preguntarse porqué se perpetúa esta dinámica o “¿qué estoy sacando yo de allí?”.

Ahora bien, ¿quieres que las cargas se equilibren entre tu compañero y tú, y no sabes por dónde empezar? Si es así, lo primero que tenéis que hacer es dialogar sobre el asunto. Es importante visibilizar todo el trabajo que hay detrás de vuestro día a día y preguntaros, conjuntamente, cuáles de esas tareas puede asumir el otro, procurando llegar a acuerdos realistas y sostenibles en el tiempo. Para esto también es necesario ceder el control y dejar que el otro asuma la responsabilidad, desde una posición adulta, y que haga las cosas a su manera.

Es probable que para llegar a este punto también tengáis que hablar sobre cuál ha sido el modelo que habéis vivido en vuestras familias de origen, qué lugar y roles ocupaban tanto vuestros padres como vuestras madres y, al mismo tiempo, identificar si la queja y el resentimiento era una forma de comunicación entre ellos; porque de ser así, es posible que estéis repitiendo un patrón.

Es importante plantearse, antes de sentirte sobrecargada, qué esperáis el uno del otro y cómo comunicar de manera asertiva vuestras necesidades, para que la demanda pueda ser hecha desde un lugar que permita el entendimiento, y no desde un lugar que genere distanciamiento y rencor.

Compartir la carga mental es una condición indispensable para poder tener una relación de pareja sana, sobre todo cuando se está criando. Si intentáis dialogar sobre estas cuestiones y no llegáis a puntos de encuentro, quizás podría ser necesario buscar a algún/a terapeuta de pareja, sensible en cuestiones de ma/paternidad y crianza, que os ayude a construir puentes de comunicación y entendimiento.

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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