Esta semana he estado leyendo diversas reflexiones y comentarios a consecuencia del Comunicado emitido por el Colegio de médicos de Ciudad Real en el que condenan lo que ellos califican como una jornada “tendenciosa”, “ofensiva”, “difamatoria”, “que atenta contra la honorabilidad de los ginecólogos”, refiriéndose a un encuentro al que aún le quedan un par de semanas por celebrarse (es para el 20 de octubre de 2018), sólo porque se intitula “Actúa contra la Violencia Obstétrica”.

El Comunicado no tiene desperdicio, así como tampoco lo tienen los más de 50 comentarios subsiguientes que escribieron en el portal miciudadreal.es diferentes mujeres que han sido víctimas de Violencia Obstétrica y, para entender mi planteamiento, recomiendo mucho hacer una lectura a las dos cosas. Sea como fuere, no quiero entrar aquí en detalles sobre el mismo. Si quieres leer algo de todo esto, puedes acceder a la respuesta que ha emitido la Asociación organizadora del evento en cuestión, Oro Blanco, o también a la entrada que ha escrito en su blog Marta Busquets. Mi intención es, más bien, llevar ahora la mirada a otro lugar, me refiero al del terreno de lo psicológico.

Actualmente, y desde hace mucho tiempo, es bien sabido que el sistema sanitario está montado bajo conceptos empresariales que tienen como premisa principal la eficacia y la rentabilidad. Para conseguirlos han estandarizado y protocolizado su funcionamiento, sometiendo lo particular y lo contingente, y resistiéndose a tratar a cada paciente teniendo en cuenta su singularidad y circunstancias, es decir, eliminando de la ecuación el factor más humano: aquello que nos hace únicos como sujetos. Esta deshumanización es un acto en el que, en mayor o menor medida, participan no sólo lxs médicxs sino también el resto del personal sanitario.

El gremio médico, y el gineco-obstétrico en particular, suele gozar de una arrogancia particular. En general los y las obstetras –y algunas comadronas y matrones también–, se han creído el cuento de que son ellxs los que “hacen parir” a las mujeres; no obstante, esto no necesariamente les convierte en unos desalmados. Tampoco les exime de responsabilidad, y quiero dejar esto claro porque no me gustaría que mi texto se interpretara como una justificación o una excusa hacia las actuaciones protocolarias que, aplicadas de manera sistemática, mecanisista y medicalizada, pretenden ejercer un control sobre un proceso natural y fisiológico (el parto) que en muchísimos casos acaba ocasionando daños físicos y/o psicológicos en las mujeres. Nada justifica el daño, la infantilización o la invisibilización y esto es, quizás lo primero que, desde el gremio, se tendría que asumir. ¿Pero cómo?

¿Cómo desembarazarse de una manera de hacer, de una práctica, que les protege de contactar con la humanidad del Otro, y más importante aún, con la propia?

El sistema sanitario, tal y como está montado, deshumaniza, cosifica; pero éste es un proceso que afecta a ambas partes. Deshumaniza al paciente y a quien le asiste. La idea que quiero transmitir es que la mayor parte del personal sanitario que ejerce violencia hacia las mujeres en los paritorios son, a su vez, víctimas del sistema. Víctimas que se convierten en cómplices o victimarios de actos que ni siquiera pueden reconocer como nocivos o, peor aún, ¡como existentes! (Para muestra os remito nuevamente al Comunicado anteriormente mencionado).

Cuando un profesional que trabaja con personas tiene que aislar afectivamente su dimensión subjetiva y emocional de manera sistemática para poder funcionar con “eficacia”, está condenando su calidad asistencial al fracaso. Dice Ibone Olza[1] que los profesionales que trabajan en el ámbito sanitario aprenden a seguir protocolos y a aplicar procedimientos silenciando dudas y cuestionamientos, negando el sufrimiento propio y ajeno, con escasa formación en técnicas de comunicación, relación terapéutica y trabajo en equipo; no existe en su quehacer cotidiano (más bien nunca) un lugar para poder hablar de lo difícil que es trabajar con la vida y la muerte, o sobre cómo enfrentarse al propio miedo. ¿Cómo entonces pueden escuchar a un otro cuando ellos mismos no son escuchados?

Ésta es la primera herida que se esconde, incluso que se rechaza. Y también bajo este mecanismo se pretende negar la herida en las mujeres víctimas de Violencia Obstétrica. Colocar el foco en esta Otra cara de la moneda permite entender, en cierta medida, cómo se ha llegado a un trato aún deshumanizado hacia las mujeres y sus criaturas, tanto en el paritorio como en las visitas de control del embarazo.

Si se quiere empezar a reparar el sufrimiento de las mujeres que han vivido Violencia Obstétrica y, a su vez, prevenir que siga ocurriendo, hay que reconocer la herida, aceptando que, en su mayoría, el sistema hospitalario y sus protocolos están deshumanizados, que acaban maltratando a las mujeres y asumiendo la responsabilidad individual que cada quién tiene en el mantenimiento del mismo.

Conseguir una atención al parto que sea respetuosa no sólo pasa por modificar protocolos y ajustarlos a la evidencia científica, por cambiar maneras de funcionar de los hospitales y centros de salud, o por brindar capacitaciones actualizadas. Hace falta que el personal sanitario sea consciente del daño que se ejerce, que se ha ejercido, reconocerlo y repararlo, interesándose por las mujeres que tienen delante como personas, –no sólo como contenedores de bebés–. Pero, para que esto pueda darse se requiere de un paso previo: estar en contacto con la propia herida, generar espacios en donde lxs profesionales también puedan compartir sus propias experiencias vitales y en los que puedan elaborar las emociones que su quehacer les genera, sin temor a contactar con su propia fragilidad. De esta manera se le podrá devolver a los cuidados y las atenciones la cara más dulce, la más personal, la más digna y la más potente: aquellos que nos humaniza, que nos hace iguales. Sólo así las mujeres podrán ser el espejo que refleje sus actuaciones.

[1] Olza I. (2008) ¿Humanizar el Parto? Una reflexión sobre la violencia sanitaria. En Blázquez MJ. (Dir.) (2008) Maternidad y Ciclo Vital de la Mujer. Zaragoza, España: Prensa Universitaria de Zaragoza.

* Pintura de G.F. Watts. «Hope» 1986. Se encuentra en el Tate Britain

 

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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