Ira, cólera, rabia, enojo. Esa emoción que a veces nos invade y que casi nunca es bienvenida. Hay quien recomienda aprender a gestionarla o controlarla, sin embargo, la rabia, al igual que cualquier otra emoción, tiene una función. Cuando aparece, nos indica que algo no está bien, y, para poder gestionarla, hay que entender primero por qué está emergiendo, qué es lo que nos quiere decir.

Si no podemos escuchar, entender y atender, el porqué de nuestra rabia, no solo no podremos tener una reacción asertiva cuando la sentimos, sino que tampoco podremos transformar aquellas cosas que hacen que se dispare, volviendo así a encontrarnos con ella, una y otra vez.

La rabia es una emoción funcional para la sobrevivencia; aparece cuando nos sentimos amenazados, y nos pone en alerta movilizando nuestros recursos psicológicos, y nuestra energía física, hacia una acción concreta, que puede ser o bien de defensa, o bien de huida.

Y, ¿por qué podríamos sentir rabia durante el posparto? ¿No es acaso el posparto un período rebosante de emociones positivas en el que estamos enamoradas de nuestro/a bebé y todo se vive desde una nube de felicidad? ¿Es así?

Es posible que para algunas mujeres lo sea. Pero, para la mayoría, el posparto es también un período de luces y sombras, de mucho movimiento psíquico y emocional. Pueden emerger conflictos dormidos de la propia infancia, que reabrirán heridas emocionales en un momento en el que quizás sea difícil hacerse cargo de ellas. Por otro lado, algunas veces las demandas constantes del bebé (y de los otros/as hijos/as, si se tienen), con el respectivo desgaste físico y emocional que ello conlleva, pueden generar ambivalencia afectiva: emociones opuestas y contradictorias hacia las criaturas, o hacia el hecho de ser madre, que desconciertan y cuestan de integrar.

También dependerá, por supuesto, de cómo haya sido el parto y del apoyo que esté recibiendo la madre de su sistema familiar o su red de apoyo. Generalmente, cuando ha habido un parto traumático o un parto difícil, con secuelas físicas importantes para la mujer (episiotomías, recuperación de cesáreas, suelo pélvico dañado por implementación de instrumentos en el momento del expulsivo, etc.), es muy probable que la lactancia no se instaure a la primera de manera exitosa, generando, a su vez, más dolor físico: grietas, obstrucciones, mastitis… Todas estas heridas en el propio cuerpo pueden producir montos de rabia y de frustración importante, y la contradicción de querer estar con el bebé pero que, debido a que éste existe, la mujer se encuentra como se encuentra: rota, con dolores, y dentro de un cuerpo que no reconoce como propio.

Si a esto le sumamos una pareja que no acompaña desde el lugar de sostén emocional en el que debería estar, sino que también reclama su cuota de atención, o una familia extendida que en lugar de ayudar cuestiona las decisiones de crianza, invade los espacios, no respeta los tiempos, etc., se comienza a producir aquí un caldo de cultivo para que la rabia se enraíce y crezca. Es posible que este resentimiento no salga en ese mismo momento, sino que aparezca cuando ya se ha dado una cierta recuperación física, y, al encontrarse una más entera físicamente, lo emocional comience a emerger cual fuerza huracanada que pille a todos por sorpresa.

Otro motivo por el que suele surgir en las madres mucha rabia durante el posparto es la sensación de estafa que pueden sentir al darse cuenta de que ese período no es como se lo habían imaginado, sobre todo si sus expectativas se alimentaron de las imágenes idílicas que se venden desde la farándula o las redes sociales que insisten en mostrar madres puérperas con cuerpos que no son reales y con bebés fabulosos que “solo comen y duermen”.

Cuando las madres llegan al posparto desde este lugar, la bofetada de realidad les cruza la cara. Por esto, es vital hablar de las experiencias de posparto reales; del enamoramiento de la criatura a primera vista, sí, pero también de los casos en los que ese enamoramiento tarda mucho en llegar, es decir, de aquellas madres que necesitaron construir un vínculo a base del cuidado del día a día que en un inicio se sintió como una obligación y una carga y que, poco a poco, fue dando paso a otros sentimientos. Hace falta hablar más sobre el cansancio, sobre las noches de sueño interrumpido, sobre el miedo a hacerlo mal, sobre los pensamientos intrusivos que pueden aparecer cuidando al bebé, sobre lo monótono de la crianza, sobre la melancolía y la culpa que se sienten al echar de menos la vida de antes, aquella en la que no se era madre y se era dueña y señora del propio tiempo y del propio cuerpo (un cuerpo que tampoco es el que se tiene ahora y que también es lícito echar de menos). Lo mejor que podemos hacer por otras mujeres es hablar de la maternidad sin edulcorarla, sin tabúes, sin idealizarla.

Hay otras razones por las que se puede sentir rabia en el posparto. Por ejemplo: cuando no se tienen límites claros en las relaciones y se tiene la sensación de que los otros están invadiendo un espacio íntimo que en ese momento es necesario cuidar; o cuando la pareja tampoco sabe o puede cuidar de esa cueva.

Otro motivo para que emerja la rabia es la sensación de soledad y la falta de referentes. A nadie le gusta sentirse perdida, dudar de si lo que se está haciendo es lo correcto o no, y mucho menos si esas decisiones involucran a un hijo/a recién nacido. Tener referentes, tener guías amorosas, cobija. No tenerlos, angustia.

La crianza en soledad genera rabia. El no tener relevos, que no haya más brazos disponibles, más adulto que co-eduque, el ruido o la estimulación constante del juego infantil, la llamada de los niños/as a conectarse con su energía, su lógica, sus fantasías… es maravilloso poder ver el mundo desde la altura y los ojos infantiles, pero esto requiere también de un esfuerzo psíquico importante para cualquier adulto, así como lo requiere el tener que solventar los conflictos con las criaturas. Cuando el peso de estas tareas radica de manera exclusiva sobre la pareja de pa/madres, y más cuando recae principalmente sobre la madre (que es la mayoría de los casos) la sobrecarga mental es avasalladora, y si no hay espacios para oxigenarse, para cambiar de registro, para el autocuidado, también aparece la rabia.

Finalmente, pero no menos importante, la rabia en el posparto también puede ser un síntoma de depresión o ansiedad posparto. La depresión posparto es el trastorno mental más sufrido por las mujeres en el mundo. Muchas veces suele ser la continuidad de una depresión gestacional no diagnosticada, y suele afectar a entre un 10 y un 15% de las madres. Aunque en la actualidad, desde que existe la pandemia por la Covid-19, estos números se han multiplicado. Al mismo tiempo, la sintomatología ansiosa es muy frecuente durante el período del posparto, y suele ir acompañada de sintomatología depresiva. Igualmente, desde que estamos en el contexto de pandemia, la sintomatología ansiosa se ha disparado en la población en general y esto no deja fuera a las madres. Si la sensación de malestar es importante y sostenida más allá de las primeras dos semanas del posparto, y los sentimientos de rabia o frustración van acompañados de otros como tristeza, labilidad emocional, dificultades con el sueño o la alimentación, tendencia al aislamiento, irritabilidad y/o sensación de pérdida de control (entre otros), la recomendación es que se busque la ayuda de un profesional especializado en psicología o psiquiatría perinatal.

Como podemos ver, hay muchos motivos válidos por los cuales puede aparecer rabia durante el posparto o la crianza. Sentirlos no nos define como “mala madre” ni peor persona. Pero, es importante que esa rabia pueda ser atendida, dialogar con ella, entender porqué y de dónde viene, así como también qué cambios nos puede estar reclamando.

Cuando aquello que nos causa malestar no es atendido, la rabia crece, se hace más fuerte y difícil de controlar, nos llena de resentimientos y puede hacernos “saltar a la mínima” ante cuestiones o situaciones que, en apariencia, no tienen nada que ver con aquello que está de fondo. Estos episodios de rabia descontrolada, casi siempre, la acaban pagando los/as hijos/as y la pareja, o una misma en forma de autoagresión o autoreproche. Por todo ello es tan imprescindible atenderla.

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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