La Violencia Obstétrica es uno de aquellos actos iatrogénicos que la SEGO y otros colectivos médicos dicen que no existe, acusando de herejes sanitarios a quienes la nombran. La Violencia Obstétrica no sólo infantiliza a las mujeres sino que también las deja rotas, adoloridas, traumatizadas; la mayoría de las veces boicotea sus lactancias y coloca sobre sus puerperios una carga adicional con la que a menudo encuentran que han de lidiar solas. Esto que llamamos Violencia Obstétrica, hay que saber, no es otra cosa que aquello que la propia OMS reconoció en su declaración del 2014 de la siguiente manera:

En todo el mundo, muchas mujeres sufren un trato irrespetuoso y ofensivo durante el parto en centros de salud, que no solo viola los derechos de las mujeres a una atención respetuosa, sino que también amenaza sus derechos a la vida, la salud, la integridad física y la no discriminación.”  (Si quieres leer más sobre la declaración puedes acceder a ella aquí)

Esta Violencia Institucional, Obstétrica, Patriarcal, reproducida muchas veces de manera automatizada e inconsciente por la poca apertura a cuestionar protocolos y modos de hacer, genera consecuencias psicológicas a corto, mediano y largo plazo tanto en las mujeres como en sus bebés y parejas; consecuencias que en muchos casos acaban siendo tan devastadoras como no reconocidas. En este sentido, existen muchísimos estudios que hablan de las diversas dificultades psicológicas y emocionales con las que se puede encontrar una mujer que haya tenido un parto traumático.

Está claro que no todo parto vivido como traumático es consecuencia de un quehacer sanitario irrespetuoso; la subjetividad y la experiencia previa de cualquier mujer puede hacer que el parto en sí sea vivido como un trauma. Sin embargo, la literatura científica sobre el tema y el activismo de las organizaciones pro partos respetados bien demuestran que estos casos en los que el factor subjetivo es el causante del trauma son los menos, y que, por lo general, cuando ha habido trauma, sufrimiento psíquico y/o dificultad para integrar o asimilar la experiencia, ha sido como consecuencia de acciones y omisiones médico-sanitarias que han generado daño o amenaza de daño hacia la madre y/o el bebé, o que han provocado la sensación en la mujer de que ella o su bebé están en peligro de muerte. Durante esta vivencia, la mujer puede llegar a sentir obviamente miedo intenso, desesperanza, pérdida de control y horror[1]. Y es que es de lógica: ha mayor intervención médica, más probabilidades hay de que el parto se viva de esta manera.

Sin embargo, desde el paradigma del intervencionismo médico, la experiencia del parto sólo se “mide” a partir de su resultado: el nacimiento de un bebé sano. Dejando así a las mujeres escasas oportunidades para poder expresar su malestar, su queja, su rabia o su dolor por un cuerpo agredido y maltratado, o por la angustia y el miedo vividos en un momento vital de gran trascendencia. ¿Cuántas veces no hemos oído la frase “pero lo importante es que tu bebé ya está aquí, y esta sano”? Y sí, esto es importante, pero no es lo único que importa.

Las secuelas psicológicas de sufrir Violencia Obstétrica durante el parto van desde la depresión postparto a cuadros de ansiedad, fóbico o evitativos, y al trastorno de estrés post-traumático. Y si no se reconoce el potencial iatrogénico de ciertas intervenciones obstétricas, tampoco se puede reconocer que éste pueda ser el resultado; con lo cual, cuando una mujer puérpera está expresando un malestar psíquico, pocas veces se explora cómo ha sido su parto y qué relación puede tener con dicho malestar, dificultando llegar entonces a la raíz del problema.

Esta situación de malestar psicológico afecta la relación de la madre consigo misma, con el bebé, con la pareja, la familia y los profesionales de la salud. No es inusual que a la madre le cueste vincularse con su bebé, al menos al principio, o que tenga dificultades con el establecimiento de la lactancia ya que con un cuerpo adolorido y una experiencia psicológica dolorosa e intensa por procesar, la cercanía y las demandas del bebé pueden resultar insostenibles y aterradoras, así como también, la posibilidad de tener que colocarse, nuevamente, en manos de sanitarixs para que la ayuden. Muchas de estas madres van a sentirse culpables posteriormente durante largos períodos de tiempo por “no haber intentado lo suficiente”.

Pero esto no es todo, las mujeres que han sufrido violencia durante su parto suelen tener flashbacks, recuerdos invasivos y desagradables de momentos específicos que pueden dispararse ante cualquier estímulo relacionado: una mujer embarazada, la ruta por donde se va al hospital en el que la atendieron, un olor particular, un sonido, una aproximación sexual genital, etc. Algunas veces también tienen pesadillas donde reviven la escena vivida, o rumiaciones contantes de la misma intentando buscar el fallo para intentar tener mediante la fantasía un resultado diferente: aquel momento donde pudieron haber hecho tal o cual cosa, lo que no dijeron, a lo que no se atrevieron, lo que se les pasó o ante lo que se encontraron paralizadas…

Todo esto suscita un gran malestar: tristeza, angustia, rabia, y un gran embotamiento emocional; así como también puede generar conductas evitativas de todo aquello que pueda recordar la experiencia vivida. De más está decir que transitar así por un puerperio es muy, pero que muy complicado.

La relación de pareja también se ve tocada, a veces para hundimiento, por esta situación. Más allá de lo que podamos entrever como obvio, a menudo es la pareja quien acaba siendo el blanco de toda la frustración o la rabia por la situación vivida; algunas veces porque él o ella también estaban allí y no supieron o pudieron reaccionar, no impidieron que aquello pasara. Otras porque todo el apoyo, el acompañamiento y la compresión que ellxs les brindan no les permite sentirse mejor o salir adelante, o en el peor de los casos porque la pareja realmente no ha sido capaz de entender lo que ha sucedido, no le da importancia al sufrimiento vivido, procurando quitárselo o relativizar, racionalizar. Muchas relaciones de pareja se rompen meses después de un parto traumático: la relación se trastoca, el vínculo se fragiliza y se genera distanciamiento emocional. La sexualidad también suele verse profundamente afectada, no sólo porque hay heridas físicas que tardan en sanarse sino, y sobre todo, porque también hay heridas psíquicas que requieren de una atención especializada junto a un tiempo de sanación. El tiempo por sí solo no cura nada.

Las mujeres, después de vivir un parto traumático tardan mucho en volver a ser como “la de antes”[2], muchas se reconocen extrañas incluso a ellas mismas, de carácter irascible e insoportable, se han vuelto rígidas, hurañas, poco sociables, con actitudes muy contundentes con respecto a su bebé y poca posibilidad de negociación. Muchas reconocen con pesar que hace mucho que no ríen a carcajadas, que han perdido una cierta inocencia, frescura o espontaneidad. Si estas mujeres consiguen un espacio contenedor para hablar de esta experiencia, o se suman a grupos activistas pro partos respetados, les es posible transformar parte de este pesar y renacer así de alguna manera; pero el camino para llegar hasta allí muchas veces ha sido largo, difícil y solitario.

La Violencia Obstétrica sí, es real, existe, y puede ser devastadora. Así que si estas leyendo esto y puedes hacer algo para cambiar esta realidad (y sí, puedes), hazlo. Si lo estas leyendo y te reconoces como protagonista de una de estas historias, que sepas que lo que padeciste no solo fue real e importante, sino que no tienes porqué estar sola y dejarlo así, seguir sufriendo. Busca ayuda y habla de tu experiencia. ¡Se puede hacer mucho al respecto!

[1] Beck CT. Birth Trauma: in the eye of the beholder. Nursing Research. 2004;53 (1)

[2] Nunca se vuelve a ser “la de antes”. Se puede volver a ser “como antes”, pero igual, idéntica, no. Una vivencia traumática siempre marca “un antes y un después” en la construcción subjetiva de toda mujer, en la historia de toda persona y familia.

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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