“Tengo miedo de lanzar a mi bebé por el balcón”, “no puedo acercarme a la ventana con mi bebé en brazos”, “cada vez que entro en la cocina tengo que asegurarme de que no haya ningún cuchillo cerca”, “no puedo bañar a mi bebé por miedo a ahogarla”, “tengo miedo de quedarme sola con mi bebé, ¿y si le hago algo?”, “evito caminar al lado de las vías del tren por miedo a tirarlo”, “a veces me dan ganas de meterlo en la habitación y cerrar la puerta para no tener que oírlo más”, “a veces deseo que alguien se la lleve lejos de mi”, “quisiera gritarle, tengo miedo de perder el control y sacudirlo fuerte”, “tengo miedo de chafarlo durmiendo sin darme cuenta”, “sería tan fácil lastimarla” …

Estas son algunas de las frases que, a lo largo de años acompañando a madres en posparto, he escuchado en mi consulta. Frases dichas con la boca pequeña, expresadas entre lágrimas, vividas con angustia y muchísima culpa. Pensamientos confesados con miedo al juicio, a ser señaladas por ellos como malas madres o incluso como peligrosas para sus bebés; juicios que casi siempre ya se han hecho ellas mismas encarnizadamente, sin compasión alguna.

Pero hemos de saber que estas ideas, estas frases formuladas, provienen de lo que se ha convenido en llamar pensamientos intrusivos de daño accidental o intencional hacia el bebé, y que son muy frecuentes en las primeras semanas posparto.

Y, ¿porqué una madre puede llegar a tenerlos?

A lo largo de nuestro día a día, podemos albergar una gran variedad de pensamientos: buenos, malos, coherentes, fantasiosos, racionales, irracionales. Por lo general, no suelen ser pensamientos que nos agobien o conflictúen, con lo cual pueden “ir y venir” a nuestro antojo; en este sentido podemos, si queremos, controlar su intensidad o la energía y el tiempo que les dedicamos.

No obstante, a veces podemos tener pensamientos inadecuados que nos resuenan con más fuerza o que son más persistentes, y empezamos entonces a analizarlos y a cuestionarnos si eso que estamos pensando es cierto, si sería capaz de llevar a cabo algo semejante; “si me conozco realmente cómo puedo ser capaz de pensar algo así”; o incluso, “¡no estaré enloqueciendo!”. Es decir, comenzamos a rumiar, con preocupación, sobre el contenido de nuestros pensamientos.

Los pensamientos intrusivos son pensamientos egodistónicos[1] y negativos que aparecen de manera involuntaria. Se trata de imágenes o ideas desagradables, o de contenido violento, inapropiado o blasfemo (para la persona que los tiene), que sobrevienen de forma automática y cuesta apartar de la conciencia, generando emociones negativas muy intensas. Son relativamente comunes en la población en general (más del 80% de las personas los tiene en algún momento). Y, en el caso de las madres recientes, dichos pensamientos están asociados a algo del orden del bienestar de su bebé. Cuando estos pensamientos cobran más fuerza de lo normal, producen grandes montos de ansiedad y angustia, y pueden empezar a interpretarse de un modo poco realista o irracional, generando, en consecuencia, conductas evitativas (que son la base de las fobias de impulsión[2]).

Los pensamientos intrusivos durante el posparto se clasifican en dos tipos:

  • Pensamientos intrusivos de daño accidental. Es decir, fantasías recurrentes de que al bebé puede pasarle algo, como por ejemplo el síndrome de muerte súbita del lactante o que se asfixie con algún alimento u objeto, o que accidentalmente se me caiga el bebé de los brazos, lo chafe cuando duerma, lo queme con el agua de la bañera, me caiga si lo estoy porteando, me olvide de él o ella en algún sitio, etc.
  • Y los pensamientos intrusivos de daño intencional, que hacen referencia a imágenes o fantasías de que a propósito hago daño a mi bebé. Estos pensamientos van desde negligencias por omisión (no atenderlo/la cuando llora, por ejemplo), a agresiones directas como gritarle, sacudirlo/la, regalarlo/la o abandonarlo/la en algún lugar, golpearlo/la, tirarlo/la por el balcón o la ventana, tocar sus genitales de una forma inapropiada cuando se le cambia el pañal, apuñalarlo/la, ahogarla/lo, extrangularlo/la, etc.

A pesar de ser una experiencia común y que genera un gran malestar en las madres que lo sufren, hay pocos estudios científicos sobre los pensamientos intrusivos en el período perinatal. Fairbrother y Woody[3] realizaron un estudio con 100 madres sin patología psíquica, a las cuales hicieron entrevistas semiestructuradas durante el último trimestre del embarazo, a las cuatro semanas, y a las doce semanas posparto. El objetivo de su investigación era estudiar la fenomenología, prevalencia y comorbilidad con otros malestares posparto, así como examinar el grado en que los pensamientos tempranos de daño hacia la criatura eran predictores de conductas violentas hacia el bebé en el futuro.

Entre sus hallazgos más importantes encontraron que los pensamientos intrusivos de daño accidental hacia el bebé eran universales: a las cuatro semanas posparto, todas las mujeres de la muestra refirieron tener pensamientos intrusivos de daño accidental hacia el bebé, y dos meses después, a las doce semanas posparto, el 95% de las madres referían seguir teniendo dichos pensamientos.

Respecto a los pensamientos intrusivos de daño intencionado, los investigadores encontraron que al menos la mitad de la muestra reconoció tener este tipo de pensamientos hacia sus bebés a las cuatro semanas posparto, y 1 de cada 5 madres los seguían teniendo a las 12 semanas posparto. Estos pensamientos tenían un rango muy variado en el grado de violencia, desde agresión pasiva y verbal (como gritarle al bebé o dejarlo intencionadamente mucho rato bajo el sol) a imágenes gráficas de acciones potencialmente letales (poner al bebé en el congelador o dejar que el cochecito ruede hacia el océano).

Pese a que los pensamientos intrusivos de daño accidental eran más frecuentes y ocupaban más tiempo, eran mucho menos angustiantes que los pensamientos de daño intencional. Estos últimos se relacionaron, en todos los casos, con dos variables que se repetían: altos niveles de estrés y poca red de apoyo social. Esto parece sugerir que las madres que se sienten más frustradas o infelices con la calidad de la interacción con sus bebés, o que no se sienten apoyadas en su rol de madre, o que crían en soledad, carentes de tribu, son más proclives a tener pensamientos intrusivos de daño hacia sus criaturas.

Por otro lado, entre las reflexiones que se hicieron Fairbrother y Woody, se encuentra el que, si casi la mitad de las madres reportó tener pensamientos intencionales de daño hacia sus bebés durante las primeras 4 semanas de su vida, se podría hipotetizar que para muchas madres primerizas (y también para muchos padres), este tipo de pensamientos son un aspecto normal de la experiencia maternal temprana. De hecho, si tenemos en cuenta que es probable que muchas madres no comuniquen estos pensamientos por vergüenza, culpa o miedo al juicio o a posibles consecuencias, posiblemente el numero sea mucho mayor.

Aunque los investigadores consideran que se deberían hacer más estudios al respecto teniendo en cuenta otros aspectos significativos, la evidencia científica existente hasta el momento sugiere que los pensamientos intrusivos de daño durante el posparto no son un factor significativo para pensar que pueda darse un posible maltrato hacia las criaturas en el futuro, y que son muy parecidos a los pensamientos intrusivos e imágenes indeseadas vividas por el 80% de la población en general, con la única diferencia que el protagonista de estos pensamientos es el bebé.[4]

Aún así, hay otro factor importante que hay que tener presente. Está demostrado que sufrir pensamientos intrusivos de manera frecuente puede predisponer al desarrollo de síntomas del Trastorno Obsesivo-Compulsivo en personas vulnerables. Al mismo tiempo, también hay evidencia científica sólida que apunta a que el período perinatal es un momento de riesgo para el desarrollo o la exacerbación de síntomas del Trastorno Obsesivo-Compulsivo.

Con lo cual, tener pensamientos intrusivos de daño durante el posparto podría predisponer, a aquellas madres con una cierta vulnerabilidad psíquica, a sufrir dificultades en la salud mental materna como el Trastorno de Ansiedad Generalizado, el Trastorno Obsesivo-Compulsivo o la Depresión Posparto.

Si estos pensamientos generan tanto malestar, son tan frecuentes y pueden predisponer a sufrir algún malestar psicológico durante el posparto, además de hacer que la experiencia no se gozosa, sino angustiante, ¿por qué no estamos hablando de ello? ¿Por qué se vive como un gran tabú el que nuestras cabezas nos jueguen estas malas pasadas? Es fundamental dejar de transmitir imágenes edulcoradas e idealizadas sobre la maternidad. Es fundamental que las madres recientes sepan que pueden tener este tipo de pensamientos y de que estos no son indicadores de ser una mala madre o de ser peligrosa para el bebé, sino de que posiblemente se está viviendo una maternidad estresante o carente de apoyos y que, al final de cuentas, no somos lo que pensamos.

Cuando algunas de mis pacientes me han confesado que tienen estos pensamientos, después de que yo les haya dicho que no se están volviendo locas, que no son malas madres, que no van a hacer eso que imaginan, y que es una vivencia común en el posparto, sienten tal alivio que puedo observar como sus cuerpos se destensan y pesan menos, se aligeran de golpe, y poco después les viene la pregunta: “¿y por qué nadie habla de ello?”, “¿y por qué no sabía que esto me podía pasar?”.

¡Cuánta angustia se ahorrarían las madres si supieran que estos pensamientos son comunes y que no quieren decir que no puedan maternar!

Con lo cual, si has leído hasta aquí, comparte este artículo con otras mujeres embarazadas, madres recientes, o no. Compártelo también con profesionales que estén en contacto con madres, y atrévete a hablar de tus propios pensamientos intrusivos durante el posparto, si los tuviste. Rompiendo el silencio rompemos también el sufrimiento materno.

[1] Término utilizado en psicología que hace referencia a la existencia de pensamientos, valores, sentimientos y/o conductas (por ejemplo, sueños, compulsiones, deseos, fantasías, etc.) que están en conflicto o son disonantes con nuestros ideales, valores o la autoimagen que tenemos de nosotros/as mismos/as, generándonos malestar o incomodidad.

[2] En psicología, se conoce como fobias de impulsión al miedo que puede sentir una persona a seguir un impulso, perder el control y hacer daño a otros o a sí misma. Se trata de un pensamiento intrusivo que invade al sujeto, generando un gran monto de angustia y, para contrarrestar dicho malestar y “eliminar” el pensamiento, la persona ha de realizar algún tipo de comportamiento o pensamiento que sirva de escudo (compulsión). Es un síntoma frecuente del Trastorno Obsesivo-Compulsivo, del Trastorno de Ansiedad Generalizada, y también puede presentarse en Trastornos de Estrés Postraumáticos y algunos estados depresivos. Es importante realizar una evaluación psicológica para determinar el diagnóstico.

[3] Fairbrother N. y Woody S. (2008). New mothers’ thoughts of harm related to the newborn. Arch Women Mental Health 11: 221 – 229.

[4] Collardeau, F., Corbyn B., y col. (2019). Maternal unwanted and intrusive thoughts of infant-related harm, obsessive-compulsive disorder and depression in the perinatal period: study protocol. BMC Psychiatry. 19:94 https://doi.org/10.1186/s12888-019-2067-x

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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