“¿Qué he hecho yo para merecer este parto, para que me pasara esto?”  Éstas son literalmente las palabras de una paciente a quien estoy atendiendo por haber sufrido una muy mala experiencia durante su parto. Pero no os confundáis, la pregunta no la hizo desde el victimismo autocomplaciente, no. La pregunta procedía, más bien, de su profunda necesidad de entender por qué la maltrataron como lo hicieron, por qué el equipo en el que ella confió no la cuidó como debía, por qué a pesar de estar bien informada y de haber escogido a propósito el lugar donde parir no logró librarse de la “ruleta del turno que te toca”. Ella necesita encajarlo, darle un sentido, encontrar una respuesta racional y coherente que la ayude a pasar página y a cicatrizar el daño emocional acaecido. Si no logra hacerlo, el recuerdo, cual herida supurante, la seguirá acompañando como un fantasma que no se cesa de reaparecer.

El parto, se viva como se viva, es una experiencia transformadora. Si bien un parto respetado es una oportunidad de empoderamiento tanto físico como psicológico, un bálsamo sensorial y hormonal, punto de inflexión en la vida de toda mujer, un parto traumático puede marcar también un antes y un después, pero de otro tipo, pues es susceptible de propiciar heridas físicas y/o psicológicas perdurables en el tiempo. Éste es el caso de la mujer a la que asisto, y el de muchas otras madres que han tenido que sufrir, durante el proceso de parto, prácticas, palabras, tratos, gestos u omisiones, totalmente inadecuadas, por parte del personal sanitario.

Este verano la OMS finalmente se ha pronunciado, y de manera contundente, sobre la Violencia Obstétrica, mediante un informe en el que no sólo reconoce la existencia y gravedad de la misma, sino donde además analiza causas y consecuencias, describiendo sus formas más habituales (incluyendo la violencia psicológica del chantaje, el ninguneo y la intimidación), desculpabilizando a las madres y poniendo en valor su experiencia.

Pero, ¿qué es exactamente un parto traumático?

En psicología, se habla de trauma cuando en la vida de una persona irrumpe un acontecimiento de tal intensidad o magnitud que ésta no sólo no es capaz de responder “adecuadamente” al mismo, sino que además acaba generando síntomas y consecuencias emocionales negativas que perduran en el tiempo, afectando a las coordenadas sociales y la propia organización psíquica. La elaboración psicológica y el trabajo emocional del suceso traumático se ven por todo ello impedidos o severamente estancados.

Tomando como referencia las investigaciones con mujeres que han sufrido este tipo de situaciones, se define como parto traumático aquel en el que durante el proceso haya habido daño o amenaza de daño hacia la mujer o hacia el bebé, o sensación por parte de la mujer de que ella o su bebé hayan estado en peligro de muerte.[1] En estas experiencias siempre hay una variable objetiva: el grado de intervención obstétrica. Susan Beck habla de cuatro factores identificables que dan razón del sufrimiento psíquico de las madres. Estos son:

  • Falta de cuidado por parte del equipo médico que genera “sentimientos de abandono y soledad, situaciones carentes de dignidad, falta de interés en ellas como personas, y falta de apoyo y contención”. En la descripción de sus relatos, las mujeres incluyen palabras como “mecánico”, “arrogante”, “frío”, “técnico” y “falta de empatía”.
  • Falta de comunicación: las mujeres sienten que el personal sanitario no se comunica con ellas, generando sentimientos de invisibilidad o de ser tratadas como objetos. Dándose, también, no pocas situaciones en las que los/as profesionales hablan entre sí como si ellas no estuvieran allí presentes.
  • Falta de cuidado seguro: hace referencia al sentimiento de no recibir cuidados seguros, apareciendo a raíz de ello miedo por su seguridad y la de su bebé, así como también frustración al no poder hacer nada al respecto y haber confiado en ese equipo.
  • La sensación de que el fin justifica los medios. ¿A expensas de quién? ¿A qué precio? Las mujeres perciben que el parto se considera y valora en general teniendo en cuenta solamente un resultado: el bebé vivo y sano.

Con un panorama como éste, las mujeres tienen grandes dificultades para poder expresar su malestar, su dolor y su rabia por un cuerpo agredido y maltratado, por una experiencia vital difícil y mancillada, mientras todo el mundo espera y se centra sólo en la alegría (sin ambivalencias) que se supone que debe producir el nacimiento del bebé, dejándolas solas. ¿Cuántas veces no hemos escuchado frases cómo “lo importante es que tienes un bebé sano”?

El Trastorno de Estrés Post-traumático debido a un Parto Traumático.

El Trastorno de Estrés Post-traumático (TEPT) es una alteración psicológica importante y compleja, con un abanico de síntomas bastante amplio, que aparece como consecuencia de haber vivido un acontecimiento traumático. Se considera una de las formas de angustia humana más severas e incapacitantes, puesto que suele generar disfunciones considerables tanto a nivel personal y familiar, como social y laboral. Su severidad depende de varios factores, siendo más grave y duradero cuando ha sido provocado por otro ser humano.[2]

¿Qué particularidades tiene el TEPT cuando se presenta como consecuencia de un parto? 

Su síntoma más relevante y destacado es el recuerdo constante. Es decir, “recuerdos vívidos y angustiosos, flashbacks, como si se repitiera la película del parto en la mente una y otra vez”[3]. Y no sólo hablamos de flashbacks durante el día, sino también de pesadillas durante la noche. Es como si se tuviera un vídeo en la cabeza que se repite de manera automática, día y/o noche, sin tener ningún control sobre ello, generándose así mucha angustia y malestar.

Cualquier estímulo que recuerde el parto puede desencadenar un flashback: ver a una mujer embarazada, una escena de parto, percibir un olor específico, pasar por delante del hospital en el que se fue atendida, etc. Con lo cual es frecuente presentar un estado general de ánimo irritable. Para intentar controlar estos recuerdos, las mujeres evitan posibles situaciones que puedan desencadenarlos a través de conductas evitativas como no ir a las visitas con el ginecólogo/a o la comadrona, no encontrarse con amigas embarazadas, hacer otros recorridos para evitar pasar frente al hospital donde fue atendida, etc.

Otro síntoma del TEPT tras el parto es el embotamiento emocional, que en algunos casos puede comenzar inmediatamente después del parto, y que de no ser atendido acaba generando sentimientos de desapego o extrañamiento de los demás y de una misma. Además de todo esto, suelen estar presentes también tres afectos de manera constante y persistente: la rabia, la ansiedad-angustia, y la tristeza.

Un tercer síntoma característico es un cierto distanciamiento de lo maternal que se expresa en tres esferas diferentes: la más grave, en el establecimiento del vínculo madre-bebé. Estas madres pueden tener dificultades para conectar emocionalmente con su bebé en la medida en que lo asocian con el evento sufrido. La segunda esfera afectada es la de las relaciones sociales. Las madres suelen aislarse de otras puérperas al verse incapaces de afrontar el rodearse de otras mujeres con experiencias de parto positivas. Y por último, la esfera de la maternidad futura; ya que muchas veces toman la firme decisión de no tener más hijas/os por miedo a pasar por otra experiencia similar.

Finalmente, el último síntoma distintivo es la necesidad obsesiva de entender lo sucedido, de asimilarlo; lo cual lleva a que muchas mujeres pasen muchas horas pensando en su parto, buscando información sobre partos en Internet, en libros, llegando a convertirse en expertas. Lo llamativo, nos dice Olza, es que el parto se acaba convirtiendo aquí en el monotema. Madres que anteriormente tenían otros hobbies experimentan una pérdida de interés por ellos para centrarse sólo en éste, llegando incluso a reorientar su carrera profesional: se hacen doulas o asesoras de lactancia, con el afán de ayudar a otras mujeres a no pasar por una experiencia similar. En aquellos casos en los que ha habido un trabajo psicoterapéutico para elaborar el trauma, realizar este tipo de formaciones y la posibilidad de ayudar a otras mujeres puede convertirse en una fuente de satisfacción que les permite reconciliarse aún más con su parto, siempre y cuando puedan reconocer de manera genuina, y sin autoengaños, que la superación de una experiencia tan dura las ha fortalecido y les ha propiciado una nueva oportunidad, una nueva etapa.

¿Y cuáles son las consecuencias de este tipo de Trastorno para la madre y su entorno?

Son muchas, y tocan diversas áreas de la vida persona de la madre, desde la más íntima hasta sus relaciones sociales en general. La más grave es que el trauma puede afectar la relación de la madre con el bebé. Muchas mujeres sienten una pena profunda por haber pasado las primeras horas separadas de su bebé, o sienten culpa de que su bebé no tuviera un buen nacimiento. “Algunas mujeres cuentan también sentimientos iniciales de rechazo hacia el bebé, pero esto suele cambiar con el tiempo. A largo plazo, las madres pueden tener algún elemento adicional de evitación o ansiedad con sus hijos.”[4]

Para algunas mujeres lactancia es una experiencia difícil. Al tratarse de un momento de mucha proximidad al bebé y con sensaciones físicas intensas, se pueden desencadenar flashbacks del parto difíciles de manejar. Para otras mujeres resulta una experiencia retraumatizante y optan por la lactancia artificial para así evitar exponerse nuevamente a la ayuda del personal sanitario. Ahora bien, también hay muchas otras madres para quienes dar el pecho se convierte en su mayor fuente de consuelo y satisfacción: sienten que, aunque les robaron el parto, nadie les robará ahora la lactancia. Amamantan, también, para compensar con ello a su bebé por el daño que sienten que sufrió durante parto, o por la abrupta separación sufrida al nacer.

Respecto a la relación de pareja, si el período del postparto y crianza genera en muchos casos un cierto distanciamiento entre la pareja, en el caso de mujeres con TEPT, como consecuencia del parto, la fractura se evidencia de manera clara. El parto traumático y sus consecuencias tienen un efecto muy amplio y negativo en la relación con la pareja, que acaba en disminución de la intimidad, emociones negativas, disfunción sexual y comunicación empobrecida[5].

Ante una vivencia como ésta, ¿qué podemos hacer?

Hay dos momentos posibles de intervención y tratamiento. El más efectivo es el que se realiza de manera inmediata, tras el parto. Intervención que, con un entrenamiento sencillo, pueden realizar las mismas comadronas en los centros hospitalarios. Esta actuación, que es un tipo de intervención en crisis, se la conoce por el nombre de debriefing o “desahogo psicológico”.  Si durante el posparto inmediato la madre se siente cuidada de forma empática por las/os profesionales que la atienden, y percibe que estos se preocupan por su bienestar psíquico (reconociendo y valorizando lo sufrido sin juzgarla ni relativizarla), se produce un efecto positivo que puede prevenir o mejorar los efectos traumáticos del parto.

El segundo momento de intervención es posterior. Es poco frecuente que un trastorno como éste “se vaya solo”. Más bien al contrario, los síntomas suelen agudizarse y alcanzar su máxima intensidad durante las siguientes 4 a 6 semanas  después del  parto, persistiendo como mínimo, aunque menos severamente, por los siguientes 6-12 meses; con lo cual, este es un padecimiento psíquico y emocional que precisa ser atendido con la mayor diligencia y celeridad, y el tratamiento indicado para el mismo es, principalmente, la psicoterapia.

Todas las personas que han pasado por una experiencia traumática necesitan de un espacio contenedor y seguro para hablar de ello, elaborarlo y sanarlo, y mientras menos tiempo transcurra en ser debidamente atendidas, más probabilidad habrá de una recuperación exitosa; sobre todo porque también se podrán prevenir y/o tratar las consecuencias que el TEPT pueda tener sobre su entorno inmediato. Diversos estudios afirman que tanto la atención individual, como los grupos de apoyo, tienen buenos resultados tanto en la mejoría como en el alivio sintomático de las madres.[6]

Tanto los/as psicólogos/as, como demás profesionales sanitarios que atienden a las mujeres, deben estar especialmente atentos/as ante la coyuntura de dos momentos particularmente sensibles: el primer aniversario del parto traumático, y el embarazo subsiguiente a un parto traumático. Se trata de dos momentos nodales, en los cuales parte de lo vivido durante el anterior parto traumático puede resurgir, generando, nuevamente, mucho malestar, y requiriendo de un acompañamiento empático, preciso, y sensible.

A su vez, un nuevo embarazo también es obviamente un momento muy valioso para que los/as profesionales de la salud ayuden a las mujeres a reconocer y afrontar asuntos traumáticos no resueltos o enterrados. En este sentido, un segundo parto ofrece, al personal sanitario que lo atiende, no sólo una oportunidad de oro, sino también la responsabilidad ética y profesional de ayudar a que estas mujeres reconquisten sus cuerpos y completen bien su viaje hacia la maternidad.

[1] Beck, Susan (2004) Birth Trauma – In the Eye of The Beholder. Nursing Research.  53(1): 28 – 35.

[2] Sánchez Montoya, J. y Palacios, G. (2007). Posttraumatic stress disorder on childbirth: pregnancy, birth and postpartum. Matronas Prof., 8(1): 12-19.

[3] Olza (2017:100) Parir. El poder del parto. Barcelona, España: Sipan Barcelona Network S.L.

[4] Olza (2017:100) Parir. El poder del parto. Barcelona, España: Sipan Barcelona Network S.L., pag. 102

[5] Este es un tema lo suficientemente complejo como para ser tratado en un post aparte.

[6] Gamble J., Creedy, D., Moyle, W., Webster, J. et al. (2005) Effectiveness of a Counseling Intervention after a Traumatic Childbirth: A Randomized Controlled Trial. Birth; 32(1):11-9.

 

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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