Desde hace algunos meses hay una serie de noticias que aparecen de manera recurrente en distintos medios de comunicación: se ha incrementado el consumo de pornografía en los y las adolescentes; estos contenidos están siendo vistos a edades cada vez más tempranas; y esta situación reclama la necesidad de una intervención a nivel educativo.

Según un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de las Islas Baleares[1], a los 8 años muchos niños y niñas ya se topan, de una u otra manera, con la pornografía por primera vez; un 25% de ellos lo hace a los 13 años, y con 14 más de la mitad de los chavales ya son consumidores habituales. Este fenómeno se ve facilitado tanto por la gratuidad del contenido pornográfico, como por el fácil acceso al mismo. Según datos del INE, a los 10 años el 26,25% de los niños y niñas españoles/as disponen de un Smartphone, a los 12 un 75,1%, y a los 14 un 91,2%.

Los especialistas en el tema son categóricos al respecto: a falta de una educación afectivo/sexual, tanto en el ámbito familiar como en el escolar, la pornografía se ha convertido en la herramienta a través de la cual los y las adolescentes reciben hoy día su “educación sexual”, ycomo era previsible también se ha convertido en una fuente de confusión y distorsión en las relaciones entre ellos/as, así como ensus primeras aproximaciones y experiencias sexuales.“El porno puede confundir a los niños sobre cómo el sexo conecta con la sensualidad y las relaciones. Puede ser perjudicial porque separa el sexo de las emociones. La mayoría del porno no enseña a los chicos y chicas cómo comunicar sus sentimientos, y crea unas expectativas irreales sobre cómo deben ser, vestir y actuar.”[2]

Una de las principales dificultades es que los niños al iniciarse tan jóvenes en el mundo de la pornografía no son capaces de verla como ficción, creen que lo que sucede allí no solamente es real sino que también es lo que toca hacer, es su referente. Antes las parejas llegaban al sexo con pocas y vagas ideas, cosas que habían oído de algún amigo/a, algún vídeo visto a hurtadillas, pero principalmente con lo que cada uno/a, a partir de sus propias vivencias, se imaginaba al respecto. Ahora, los y las jóvenes poseen un arsenal de imágenes e ideas erróneas que hacen que las primeras experiencias tengan altas probabilidades de ser más que frustrantes, traumáticas.

Los especialistas también coinciden en otro punto: la industria pornográfica no cambiará, y los controles parentales en los dispositivos sirven sólo por un tiempo muy limitado; con lo cual, la clave está en empezar a hablar no sólo de sexualidad sino también de pornografía con los chicos y las chicas. Algunas comunidades autónomas de España, como Asturias y Navarra, están llevando a cabo experiencias interesantes en la materia, pero aún queda mucho por hacer, sobre todo porque la limitación más grande la tenemos nosotros/as mismos, los adultos: madres, padres y educadores que recibimos poca o ningún tipo de educación afectivo/sexual, que crecimos y fuimos haciendo lo que buenamente pudimos, atesorando buenas y malas experiencias, y que encima ahora se nos dice que debemos hablar de sexo, ¡y de porno!, con nuestros hijos e hijas.

A muchos hombres y mujeres, les cuesta hablar, y más si es seriamente, sobre la sexualidad y de su sexualidad. Y éste es un asunto que frecuentemente me encuentro en la consulta: no me refiero a la actividad sexual en sí, que también, sino a la sexualidad vista de una manera más amplia, todo aquello que envuelve al placer, la erótica, la excitación, el deseo y las relaciones interpersonales. Aún hoy en día, por ejemplo, muchas mujeres viven con un gran desconocimiento sobre su propio cuerpo y su placer, y pocas se atreven a nombrar, sin inhibiciones o vergüenzas, sus deseos y fantasías. Saben que es algo que les limita en sus relaciones de pareja, a muchos niveles, pero les cuesta mucho desembarazarse del peso de una educación marcada por el tabú, la censura, el silencio y el mandato de que las mujeres están para servir y que no deberían gozar.  Al mismo tiempo, a muchos hombres les cuesta desvincular el afecto del intercambio sexual, y cuando éste último no puede darse por circunstancias vitales (como por ejemplo en el postparto) se sienten rechazados, incluso no queridos, y reclaman su cuota de atención de manera infantil. Tampoco se han permitido explorar la sexualidad más allá del contacto genital, lo cual muchas veces conlleva la percepción y significación de la mujer como objeto. Y además la particular forma femenina de gozar es algo desconocido para la mayoría de ellos.

Evidentemente, con esta mochila a cuestas es muy difícil hablar de sexualidad con los hijos e hijas. ¿Y qué se puede hacer? Se puede empezar por desaprender y reaprender nosotros/as mismos/as. La ganancia será doble, por un lado, estaremos abriendo nuevos caminos que nos podrán permitir replantearnos nuestra manera de relacionarnos y de disfrutar, y por otro seremos más capaces de poder acompañar a nuestros/as hijos/as en su propio camino. No se puede acompañar más allá de donde se ha ido.

Uno de elementos que debemos desaprender es el reduccionismo que hacemos de lo que significa la palabra “sexual”. Cuando se habla de educación sexual la mayoría de los adultos relacionamos sexual con coital, pero no es así, se trata de la educación de los sexos, de lo que significa ser hombre y ser mujer, de saber cuidarse y expresarse, de aprender a entenderse, encontrarse, respetarse y relacionarse teniendo como puntos de partida la libertad, la autonomía del propio cuerpo y la equidad entre hombres y mujeres. Es educar en los afectos teniendo en cuenta al deseo como motor. Esta educación debe darse desde el principio, allí donde se inicia la educación de todo lo demás, y debe ir creciendo junto con los/as hijos/as. Si esperamos a la adolescencia para iniciar este camino llegaremos tarde, y si no cuestionamos nuestras propias creencias, tabúes, y confrontamos nuestras inhibiciones, vergüenzas u otras dificultades, llegaremos a medias: podremos ser capaces de informar, de compartir lecturas educativas o de responder a preguntas, pero los hijos, como mínimo, notarán el titubeo, la incomodidad o la angustia.

Y sí, parte de esta educación implica, a su debido tiempo, hablar también de la pornografía como lo que es: una ficción que busca vender y que se parece poco a lo que son las relaciones interpersonales verdaderas. Si enseñamos a nuestros/as hijos/as a cuestionar aquello que ven, pero no desde falsas moralinas sino desde una educación basada en el respeto y la equidad, que tengan o no acceso al porno dejará de ser un gran problema.


[1] Ballester, L.; Orte C. y Pozo R.  Nueva Pornografía y cambios en las relaciones interpersonales entre adolescentes y jóvenes. Abril/2019. https://www.researchgate.net/publication/332423069_Nueva_pornografia_y_cambios_en_las_relaciones_interpersonales_de_adolescentes_y_jovenes

[2] Lust, E. y Dobner P. The Porn Conversation. “Guía para padres de niños entre 9 y 11 años”. Abril/2017. http://thepornconversation.org/#edTools

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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