“El embarazo y el parto no se consideran desde la
psicología como una fase del desarrollo, sin embargo este período
marca y afianza una potencialidad presente en la mujer que
decide ser madre, aportando a su identidad femeninaotra cualidad,
siempre extraordinaria por muy común que sea: la de la maternidad”
Yolanda González Vara[1]
Después de haber descrito algunos de los efectos psicológicos que se podrían presentar durante el primer trimestre del embarazo, pasaremos a hablar del segundo trimestre, que para muchas es el que se vive más gratamente, se recuerda con más alegría, y que a su vez conlleva una labor psíquica muy intensa.
Prepararnos para ser madres es una ardua tarea, tanto en el sentido  físico como en el psicológico. Nuestro cuerpo está haciendo el maravilloso trabajo de gestar una vida y no descansará durante los meses que quedan para que el bebé esté listo para salir al mundo. Y aunque mucho de lo que ocurre se da de manera natural, lo “maternal” está también impregnado de la herencia culturalde cada una, de aprendizajes, y de nuestras propias vivencias.
La maternidad es un proceso biológico, psicológico y sociocultural. Independientemente del estilo de crianza que se asuma en el futuro, psicológicamente el embarazo implica el fin de la mujer como un ser singular e independiente y el comienzo de la compleja relación madre-hij@.
Cuando un embarazo llega al segundo trimestre (alrededor de la semana 15), la mayoría de las futuras madres suelen relajarse bastante. Por un lado, ya se ha pasado el trimestre en el que hay mayor riesgo de pérdidas, y también habitualmente por una ecografía, por tanto por la prueba del Triple Screening; si los resultados han sido satisfactorios y no se ameritan hacer otras pruebas como la Amniocentesis las madres suelen sentirse bastante más tranquilas, como si ellas y su bebé hubieran aprobado los primeros exámenes del embarazo. Por otro lado, las molestias físicas del primer trimestre suelen quedar en el pasado, se va la somnolencia y vuelve la energía al cuerpo proporcionando un baño de ánimo y entusiasmo.   
En este segundo trimestre –alrededor de la semana 16–  las madres comienzan a percibir los movimientos del bebé. La percepción del bebé trae consigo el reconocimiento de la criatura que, aunque se encuentre en el refugio del útero materno, empieza a ser reconocido como una entidad separada, con una vida en sí misma que la madre no controla.
La percepción de los movimientos intrauterinos suele producir cambios que empiezan a dar cabida a la aparición de sentimientos maternales, como el deseo y el placer de sustentar al bebé. “Aparece la necesidad imperiosa de dar alimento, sostén, apoyo a ese ser dependiente que vive en el interior de su cuerpo, que es parte de ella pero que al mismo tiempo comienza a diferenciarse como otro ser.”[2]
También es frecuente durante este período reexperimentar algunas vivencias de la infancia y de la relación con la propia madre, incluso llegando a sentir nuevamente la vulnerabilidad infantil. Esto sucede debido a que al percibir los movimientos del bebé y empezar a diferenciarlo como un ser distinto se proyecta sobre él la propia vivencia infantil rememorando algunos elementos de la relación madre-hija, dándose, de esta manera, una segunda diferenciación de la mujer en relación a la propia madre (la primera diferenciación la tenemos tod@s, hombres y mujeres, cuando somos niñ@s). Es un período muy intenso en el que nos podemos encontrar reconciliándonos con algunos aspectos de nuestra madre o, por el contrario, enfrentándonos al dolor de heridas antiguas que creíamos sanadas o traumas infantiles supuestamente superados. Todo esto ligado al deseo de proteger al futuro hij@ de cualquier sufrimiento que se haya vivido en el pasado.
Así, basada en la temprana relación madre-hija vivida en su momento, y que pudo haber sido conflictiva, la mujer escoge si se identifica con la madre introyectada o si rivaliza con ella para convertirse en una mejor madre de la que ella tuvo. En términos psicológicos hablamos de una experiencia tri-generacional. De esta manera, el modo de relación que cada mujer ha tendido con su propia madre influye en el modo en el que se vinculará con sus propios hij@s, ya que la identidad adquirida está vinculada a la relación materna primaria.
A partir de la diferenciación del bebé y a medida que los movimientos de la criatura se van haciendo cada vez más fuertes y pueden ser percibidos por el padre, las fantasías y expectativas entorno al futur@ hij@ cobran mucha más presencia. De hecho, de este conjunto de expectativas, basadas en representaciones de relaciones pasadas tanto del padre, como de la madre, nace el “bebé imaginario”. Muchas veces merece la pena hacer un trabajo de concientización de estas fantasías debido a que no son insignificantes para la relación con el bebé real y podrían generar ruido en la instauración del vínculo.
Las respuestas de las madres a los movimientos fetales son muy variadas. Cuando ocurren las primeras veces suele haber un poco de duda o descrédito hasta que la percepción se hace más frecuente, entonces hay quienes se relajan y comienzan a sentirse embarazadas disfrutando del movimiento, mientras que otras lo viven con un cierto monto de ansiedad, atribuyendo significados agresivos al movimiento del bebé; estas atribuciones “podrían estar relacionadas con la proyección de vivencias hostiles no elaboradas hacia la propia madre, que convendría trabajar adecuadamente.”[3]
La mayoría de las mujeres suelen sentirse contentas con el cambio que empieza a experimentar su cuerpo: ¡finalmente comienza a notarse el vientre abultado del embarazo! Sin embargo, para las mujeres que han sufrido algún tipo de desorden alimenticio este cambio tan rápido puede generar dificultades en la aceptación de la nueva imagen. Por otro lado, un cuerpo embarazo muestra al mundo que la mujer es fértil y sexualmente activa, lo cual muchas veces, de forma más inconsciente que consciente, genera ciertas incomodidades para algunas, esto evidentemente varía mucho dependiendo de la historia personal y de la apertura que se tenga ante la vivencia de la sexualidad.
En su mayoría, las madres consideran el segundo trimestre del embarazo como el más bonito de los tres. La presencia del bebé es notoria, pero al no ser tan grande las mujeres se sienten ágiles y enérgicas. Es el período en el que aparecen con más constancia los diálogos internos con el bebé, comenzando así la relación con él o ella como un ser aparte, desde una vivencia muy íntima.
Bibliografía Consultada:
       Patricia Alkolombre (2001). Travesías del Cuerpo Femenino. Buenos Aires: Letra Viva Editorial.
       Yolanda González Vara (2010). Amar sin Miedo a Malcriar. La mirada a la Infancia desde el respeto, el vínculo y la empatía. Barcelona: RBA Libros.
       Dinora Pines. (1993) A Woman’s Unconscious Use of her Body. London and New Haven: Yale University Press
       Joan Raphael – Leef (1993). Pregnancy. The Inside Story. London: Karnac.

 


[1] Amar sin Miedo a Malcriar. La mirada a la Infancia desde el respeto, el vínculo y la empatía. Barcelona: RBA Libros. 2010
[2]Cigarroa, A. (2011) Embarazo Normal y Embarazo de Riesgo. En: Travesías del Cuerpo Femenino. Buenos Aires: Letra Viva Editorial.
[3] Yolanda González Vara. Amar sin Miedo a Malcriar. La mirada a la Infancia desde el respeto, el vínculo y la empatía. Barcelona: RBA Libros. 2010

Psicóloga Perinatal, con formación en psicología clínica y terapia de pareja y familia, especializada en maternidad, paternidad y crianza, y orientada desde la crianza respetuosa y el ecofeminismo.

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