Hoy, 11 de marzo, se cumple un año desde que la OMS declaró la pandemia por la Covid-19. Desde entonces, hemos pasado por un abanico de emociones, desde el miedo inicial, que vino de la mano del desconocimiento y la incertidumbre, al alivio por poder pausar nuestras obligaciones y la vida rápida del afuera, y la gratitud por las pequeñas cosas y la consciencia del bienestar que se tiene. Luego vinieron el agobio ante la dificultad de no recuperar nuestra normalidad, las dificultades del teletrabajo para quienes conservaron sus empleos, la ansiedad, la tristeza, la rabia…
Hemos tenido que asumir pérdidas de todo tipo, más o menos importantes, y en general hemos aprendido a vivir saliendo de casa muy poco, con restricciones de movilidad, no pudiendo ver ni abrazar a nuestros seres queridos y manteniendo la distancia social en todas nuestras interacciones. También nos hemos encontrado con que hemos tenido que GESTAR, MATERNAR y CRIAR entre paredes, sin red de apoyo, sin tribu, sin posibilidades de conciliación y con una gran sobrecarga física, psíquica y emocional. Las consecuencias que esto ha generado durante el último año en las madres, padres, y en la vida familiar, se han visibilizado muy poco o nada.
Entre las mujeres que han pasado así su embarazo, encontramos un abanico amplio de situaciones y reacciones ante ellas. Sin embargo, en casi todas las gestantes dos sentimientos han sido los predominantes: la incertidumbre y la soledad.
Gestaciones solitarias y servicios sanitarios poco presentes.
Por lo general, el embarazo es un acontecimiento que celebrar. En la actualidad, la mayoría de las mujeres occidentales, con un cierto nivel de bienestar, pueden planificar sus embarazos; por lo que gestar suele ser la resultante de una decisión tomada desde la consciencia y el deseo. Cuando los embarazos se dan desde este lugar, es un período de tiempo en el que la mujer espera ser vista, cuidada y mimada, se desea celebrar y mostrar el vientre en crecimiento, en representación de lo que una está creando dentro.
Desde que se declaró la pandemia por el “coronavirus”, muchas mujeres han gestado encerradas en casa y con escasos contactos sociales. Para algunas, esto ha sido un alivio, puesto que ha representado un momento real de desconexión del afuera y de mirar más hacia adentro, conectando consigo mismas y con su bebé. Para otras -la mayoría-, el no poder compartir el embarazo con familiares y amigas, el no poder asistir a cursos para embarazadas de yoga, natación, preparación al parto, etc., el no poder comprar presencialmente aquello que necesitaban para la llegada de sus bebés, ha sido realmente una pérdida. Habrá a quien esto le puedan parecer nimiedades, cosas sin trascendencia, pero no lo son; simbólicamente representan algo mucho más profundo: algunas mujeres, por ejemplo, han perdido la posibilidad de recibir el reconocimiento y la valoración de su tarea de crear un hijo/a, de tener testigos de su transformación de mujer a madre y de su paso de tener una pareja a ser familia. ¡Han perdido la oportunidad de que ese embarazo fuera una fiesta!
Por otro lado, las gestantes también han perdido parte del sostén que proporcionan los cuidados ofrecidos por el sistema de salud. Muchas de las visitas con la comadrona se han hecho y se siguen haciendo telefónicamente, algunas pruebas se han postergado, se les ha arrebatado el derecho al acompañamiento durante las visitas médicas (¡a algunas, incluso, en el parto!) aludiendo razones de seguridad poco sostenibles, y, en general, se han dado situaciones de maltrato, paternalismo, infantilización, y violencia obstétrica, realmente flagrantes. Ya no se ofrecen cursillos de preparación al parto de manera presencial, así como tampoco grupos de apoyo a la lactancia y al posparto. Al mismo tiempo, en algunos casos, las visitas de seguimiento tras el parto se han hecho telefónicamente. ¿Se puede realmente evaluar clínicamente el estado general, físico y psicológico, de una puérpera o de una embarazada con una llamada telefónica?
Muchas gestaron (y gestan) con miedo al contagio y a las repercusiones que éste pueda tener, así como también con miedo a cualquier complicación médica en general, debido al difícil acceso, en algunos casos, a los servicios sanitarios, y a los protocolos tan estrictos vigentes en los hospitales.
Puerperios en soledad.
Estaba claro que parir en tiempos de pandemia iba a conllevar una vivencia diferente a cuando se hacía en condiciones de normalidad sanitaria y social. Pero, hemos de saber que, en este período las mujeres han expuestas mucho más expuestas a recibir Violencia Obstétrica e intervenciones innecesarias, más de lo habitual.
Los pospartos en pandemia han sido una continuidad de lo anterior: controles posparto escasos y a veces poco efectivos (además, ahora se atienden casi exclusivamente las cuestiones Covid, en caso contrario el acceso a los servicios sanitarios es odiseico); lactancias con escaso seguimiento y apoyo, así como los cuidados en general; muchas mujeres han tenido que buscarse la vida con asesoras de lactancia, fisioterapeutas de suelo pélvico, comadronas que puedan venir a casa, o simplemente, haciendo lo que buenamente puedan.
Al mismo tiempo, las madres han puerperado (y puerperan) aisladas. Nuevamente, para las más afortunadas esto ha sido un regalo porque les ha permitido hacer cueva con su pareja, centrarse en conocer a su bebé y tener muchos momentos de intimidad y de ritmo lento. Sin embargo, para la mayoría, puerperar así ha significado una pérdida. Muchas mujeres esperan contar con la presencia de sus madres, de sus hermanas, de sus amigas, de un tejido social que les brinde apoyo y sostén, tanto si son primerizas (por el desconocimiento y la necesidad de tener referentes), como si tienen otros/as hijos/as (por la necesidad de que alguien más eche una mano en la atención de los/as pequeños/as) y, en muchos casos, ni siquiera han podido contar con su pareja porque él o ella ha tenido que teletrabajar, estando así sí en casa pero sin libre disponibilidad.
Ahora, para casi todas, más allá del apoyo logístico está también la imperiosa necesidad de sentirse acompañada. Criar es un acto social, necesitamos del Otro como apoyo, como referente, como espejo. Necesitamos ser celebradas por el afuera en la maternidad y que el hijo/a se convierta, en cierta medida, en una alegría y un tesoro compartido. Abuelos/as que no conocen aún a sus nietos/as, que comparten momentos con ellos/as desde la distancia, o que han reducido sus visitas o su presencia. Encuentros con la familia extensa que no se dan. Bebés que han celebrado su primer año de vida solo en compañía de sus pa/madres. Hitos del desarrollo que se han celebrado a través de cámaras. Y parejas desbordadas porque el peso de la crianza recae absolutamente sobre ellos/as cuando, en la mayoría de los casos, además hay teletrabajo de por medio y pocos espacios para el autocuidado o para compartir en pareja.
Y llevamos así un año, sin visibilizar las pérdidas y los sobreesfuerzos que esto ha implicado, sin gestos de reparación.
Lo que sí es más que visible son las consecuencias: han aflorado más síntomas de depresión y ansiedad en madres y padres (con irritabilidad, cambios de humor, dificultades para conciliar o mantener el sueño, dificultades con la alimentación, miedo a enfermar o a que alguien de la familia enferme, hipervigilancia, etc.), explosiones de rabia y frustraciones desbordadas, sentimientos de tristeza y de sin sentido, sobrecargas y embotamiento emocional, burn out parental, cansancio crónico, dificultades de concentración, dificultades para proyectarse en el futuro y deterioro de la comunicación y agravamiento de los conflictos y diferencias en la pareja que generan distanciamiento físico y emocional.
De hecho, buena parte de estos síntomas son los que la OMS ha denominado “fatiga pandémica”, y que se reconoce sufre el 60% de la población europea; pero no se distingue entre las implicaciones que la misma tiene para la población en general y las que tiene para aquellas personas que están criando.
Consecuencias para la salud mental de las madres.
Un estudio reciente, llevado a cabo en el Hospital de Vall d’Hebron[1], nos muestra cifras aterradoras. Trabajaron con 204 mujeres embarazadas que fueron reclutadas para la investigación entre el 27 de marzo y el 4 de mayo del 2020. Los resultados: 59% de las gestantes presentaban síntomas de ansiedad (la prevalencia de ansiedad en gestantes antes de la pandemia era de 15%) y 38% síntomas depresivos (la prevalencia de depresión el en embarazo antes de la pandemia era entre un 10% y un 20%). Se sabe, además, que la depresión o la ansiedad durante el embarazo puede generar crecimiento intrauterino restringido, bajo peso al nacer o partos prematuros. Por otro lado, al menos la mitad de las depresiones y cuadros ansiosos posparto han tenido su origen en el embarazo. Es decir, estas mujeres angustiadas y deprimidas son las que ahora están criando… ¿y cómo las estamos ayudando?
El estudio llega a conclusiones evidentes: “los resultados resaltan la necesidad de mejorar la atención a la salud mental durante el embarazo, especialmente en circunstancias excepcionales como una pandemia global o situaciones de confinamiento, ya que estos pueden causar estresores adicionales y aumentar síntomas de depresión y ansiedad, generando consecuencias indeseables para el embarazo y el futuro recién nacido” (p.7). ¡Y para las madres! Estas situaciones excepcionales están generando consecuencias indeseables en las madres, y si las madres no están bien, el bebé no puedo estarlo, así como tampoco lo está el resto del núcleo familiar.
Otro estudio publicado en octubre del 2020[2], llevado a cabo con mujeres puérperas italianas, nos da cifras igual de desoladoras. Trabajaron con una muestra de casi 200 mujeres en el primer trimestre posparto, y el resultado fue que el 57% de las madres tenía síntomas ansiosos importantes (la prevalencia antes de la pandemia era de un 15%), y el 46,2% tenía síntomas depresivos (la prevalencia anterior era de entre un 10% y un 22%). De la misma manera, un 31% de las madres presentaba síntomas de Trastorno de Estrés Postraumático como consecuencia del parto.
Las madres no están bien. La pandemia está pasando una factura importante tanto en las mujeres gestantes, como en las que están criando. Todas están haciendo lo que pueden soportando grandes montos de malestar, y las consecuencias que todo esto tendrá en el futuro están aún por verse.
No hay estudios que aborden de una manera sistemática qué está pasando en las parejas en período de crianza durante este último año, pero la experiencia clínica encuentra muchos más conflictos entre sus miembros, dificultad para darse apoyo mutuo y ponerse en el lugar del otro; se han marcado, o resaltado aún más, las diferencias en la visiones respecto a la crianza, generando más conflicto; hay empobrecimiento de la comunicación, pocos momentos de intimidad compartida y sensación de ahogo y hartazgo de la vida familiar. Muchísimas parejas se encuentran atrapadas en una profunda crisis y sin posibilidad de maniobra. Sí que hay estudios[3] que indican que la pandemia ha generado aún más brecha en el cuidado de los hijos/as y en las tareas domésticas, siendo el hombre quien exclusivamente trabaja y la mujer quien, además de teletrabajar, se hace cargo de la atención a las criaturas y de los cuidados del hogar.
¿Cuánto tiempo más aguantarán las familias en este panorama? No lo sabemos. Sin duda, la apertura de las escuelas ha generado un gran alivio dentro de las familias cuyos hijos/as están en edad escolar. Las familias con bebés siguen en la casilla de salida.
¿Podemos hacer algo a nivel individual para aminorar los efectos que esta crisis tiene sobre nosotras/os y nuestra familia?
Sin duda la solución vendrá cuando, a nivel global, salgamos de la crisis sanitaria, por un lado, y por otro cuando se tomen medidas a nivel colectivo para cuidar a quien cuida, pero hay algunas cosas que desde nuestro pequeño marco de acción podemos hacer.
Primero, es importante que podamos normalizar lo que sentimos. Es necesario darse el permiso para sentir el malestar, ponerle palabras, hacerlo visible y compartirlo sin minimizarlo. Pero, si la sensación de malestar te sobrepasa, vives las emociones con mucha intensidad o tienes dificultad para sostener las de tus criaturas, quizá tendrías que considerar la posibilidad de consultar a un/a psicólogo/a especializado/a.
Capsulas de bienestar. Es importante poder encontrar momentos, por pequeños que sean, para tener un respiro y recargarnos emocionalmente. Implica un esfuerzo inicial, porque la logística con niños/as puede ser complicada. Pero es importante que, como pareja, sea una prioridad que cada uno pueda tener estos espacios.
Hay que atender el autocuidado físico. Nuestro cuerpo también lo necesita para estar sano, subir el sistema defensivo y descargar tensiones.
Gestiona el consumo de información. Estar tan conectados a las noticias de la pandemia es nocivo. Necesitamos un descanso psicológico de eso. Ponle límites a lo corre por las redes sociales y a los servicios informativos.
No te aísles más. La situación de la pandemia ya hace bastante difícil el poder relacionarnos con los otros significativos, aún así, es mucha la tendencia a “escapar” a través de las pantallas en lugar de conectar con quienes tenemos al abasto. Habla con la pareja sobre cómo lo estáis llevando, en la medida de lo posible retira el reproche de encima de la mesa y conecta con cómo se encuentra el otro y comparte cómo te encuentras tú. Llama a tus amigas/os, preocúpate por como están y comparte cómo te sientes. Actualmente hay poquísimos espacios de encuentro presencial para madres, pero hay algunos; al mismo tiempo, las tribus virtuales han proliferado muchísimo. Busca espacios de conexión, si es posible dando prioridad a lo presencial, pero, si tu situación no lo permite, lo virtual también puede ser un lugar donde apoyarte.
Conecta con la vitalidad infantil. Ya sé que puede cansar, pero ver el mundo desde los ojos de los pequeños siempre puede arrancarnos una sonrisa. Para ellos/as lo más importante, sus referentes, seguimos siendo nosotras/os y aquello que viven en la intimidad de su hogar. En la medida de lo posible, sal a la playa, al campo, al bosque o a la montaña. Salir con los/as hijos/as a la naturaleza puede ser una gran fuente de bienestar. Ellas/os lo necesitas, y nosotras/os también.
[1] Brik, Maia y col. (2021) Psychological impact and social support in pregnant women during lockdown due to SARS-CoV2 pandemic: A cohort study. Acta Obstet Gynecol Scand. 2021;00:1–8.
[2] Molgora, Sara y Accordini, Monica (2020) Motherhood in the Time of Coronavirus: The Impact of the Pandemic Emergency on Expectant and Postpartum Women’s Psychological Well-Being. Frontiers in Psychology. Vol. 11. Article 567155.
[3] Zamarro, Gemma y Prados María (2021) Gender differences in couples’ division of childcare, work and mental health during COVID-19. Review of Economics of the Household Vol. 19, pages11–40(2021).