“La madre vive en la espera -en la paciencia de la espera-
custodiando su fruto, desconocido para ella misma”.
M. Recalcati.*
Esperar del latín sperāre
- Tener esperanza de conseguir lo que se desea.
- Permanecer en un sitio a donde se cree que ha de ir alguien o donde se presume que ha de ocurrir algo.
Estas son dos de las cinco acepciones que aparecen en el Diccionario de la RAE y que transmiten parte de la esencia de la espera que se vive durante el embarazo: tener esperanza y permanecer hasta que algo ocurra, son quizás el núcleo del estado de gravidez. Ahora bien, esta espera no es pasiva, ni mucho menos.
Durante el embarazo se alberga la esperanza de conseguir el nacimiento de un hijo/a sano/a y, al mismo tiempo, el cuerpo de la mujer está siendo cuna para alguien que vendrá, para un evento que ha de ocurrir. La mujer que espera, la madre, no solamente atraviesa por una intensa transformación física, sino también por una transformación psicológica que le va a permitir prepararse para el encuentro con ese Otro, con su bebé. Transformación que, desde ya, está generando su identidad materna.
El período de gestación es una etapa en el que se vive una espera muy especial. Recalcati, en su libro Las manos de la Madre, reflexiona sobre el tema y comenta que la espera de una madre no se parece a ninguna otra forma de espera. No es igual que esperar algo en concreto como el autobús o un cumpleaños, un concierto o un contrato, no: “La espera de la maternidad es una experiencia radical porque nos enseña que la espera nunca es dueña de lo que aguarda.” Se trata de una espera envuelta en una incógnita: nunca se sabe a ciencia cierta a quién se espera, y nunca se sabe cómo será el momento del encuentro.
Esta espera trastorna lo ya conocido, lo ya sabido, lo ya visto… De alguna manera, es incertidumbre pura: ¿cómo será ese Otro con el que quiero encontrarme? ¿será el bebé que imagino, que creo conocer y quiero reconocer? ¿cómo es ese ser que me habita pero que a la vez desconozco? Estos son algunos de los interrogantes que vienen a la cabeza de las mujeres embarazadas, sobre todo cuando se va acercando la fecha probable del parto y el encuentro se hace cada vez más inminente, y que toman la forma de poderosas sensaciones, pensamientos o intuiciones, que a veces cuesta poner en palabras. Preguntas que, en ocasiones, pueden generar cierto monto de angustia, miedos difusos que acaban tomando la forma de preocupaciones excesivas por cosas “poco importantes”, o conductas ansiosas, y que precisamente por esta dificultad en nombrarlas, en atajar su carácter efímero e incluirlas en la propia narrativa, se mantienen dentro de la intimidad más absoluta de cada mujer, pudiendo, a veces, hacerla sentir como un “bicho raro”.
“La de madre no es la simple espera de un acontecimiento que puede acaecer en el mundo, sino de algo que, por más que ella lo lleve consigo, en su interior, en sí misma, en su propio vientre, en sus propias entrañas, se nos aparece como un principio de alteridad que hace posible otro mundo. La espera es una profundísima figura de la maternidad porque revela que el hijo viene al mundo como una trascendencia incalculable, imposible de anticipar, destinada a modificar la faz del mundo”.*
La espera del embarazo es una apertura total hacia el misterio de una vida que viene y que no puede ser contenida. A pesar de que la criatura vive en tus entrañas, habita en tu vientre, se alimenta de tu sangre, flota y se hunde en los líquidos de tu cuerpo, te es desconocida. Es tuya, la llevas en tu cuerpo, pero a su vez es autónoma, vive con otra vida, y ya dentro en tu interior es fuerza que empuja hacia la diferencia. Esta dualidad emocionalmente potente y profunda, esta experiencia psíquica y física, atraviesa a las mujeres durante la gestación, la mayoría de las veces de manera inconsciente, pero siempre con efectos claros en cómo están viviendo su embarazo y en las fantasías que se hacen sobre su criatura. Los efectos visibles de esto pueden ser una cierta hipersensibilidad emocional, mucha sensación de incertidumbre o hipervigilancia, sobre todo al final del embarazo.
En este sentido, la espera del embarazo está cargada de una densidad de pensamientos y de fantasmas. De hecho, esta es una de las razones por la que la gestación humana nunca será del todo animal, mamífera, puesto que implica una interferencia siempre activa del inconsciente. El bebé se alimenta del cuerpo materno y de sus líquidos tanto como de sus pensamientos y sus fantasmas. Así, para que el útero de la mujer pueda albergar la vida que viene al mundo, es necesario que exista en ella un deseo de brindar esa hospitalidad, ese albergue. Y este es el germen del vínculo prenatal que una mujer establecerá con su criatura.
*Massimo Recalcati. Las Manos de la Madre. Deseo, fantasmas y herencia de lo materno. Barcelona: Editorial Anagrama. 2018.